En los ambientes dentro de los cuales se suele
contratar periódicamente a nuevos operarios es común escuchar, en boca de
capataces y supervisores, con referencia al potencial desempeño de los mismos,
esta expresión que les describe en sus primeros intentos por dejar la mejor
impresión de sus aptitudes y habilidades.
“La escoba, instrumento añejo de limpieza hogareña,
todavía perdura en las casas, resistiendo el embate de los modernos
escobillones. Cuando uno compra una escoba es lógico que funcione
correctamente, que barra bien, pero a medida que el uso va deteriorando su
aspecto y su eficacia, va llegando la hora de reemplazarla por otra. Así como
ocurre con las escobas, pasa con algunas personas en el trabajo, pues cuando
son recién contratadas se esmeran por brindar un servicio de alto nivel a los
ojos de todos, en tanto que, una vez que se aburguesaron, su rendimiento
presenta un ineludible bajón.”
Esto que bien que podríamos denominar como “el
síndrome de la escoba nueva” es algo que nos caracteriza a los humanos, tenemos
una natural inclinación a sobrevalorar todo aquello que nos resulta novedoso y
así ocurre con nuestros afectos, con nuestros vínculos laborales y toda nueva
tarea que emprendamos, comenzamos a hacer algo con un entusiasmo manifiesto
para luego dejarnos dominar por el desgaste de la rutina y el aburrimiento.
Todo logro sustentable en el tiempo es aquel que
conquistamos con el esfuerzo y la persistencia, un compromiso que nos hacemos a
nosotros mismos y que resulta una condición indispensable para mantener
inalterable nuestra capacidad de “continuar barriendo bien”
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