Nada de lo que nos rodea nos pertenece de manera
que nos desplazamos por la vida tal cual lo podrían haber hecho, o lo hicieron,
quienes han sido identificados por el relato bíblico, me refiero a quienes se
les ha conferido nuestra tutela universal, históricamente conocidos como Adán y
Eva.
Lo que nos ha sido revelado nos exime de cualquier
derecho hereditario que pudiésemos esgrimir por la sencilla razón de haber sido
expulsados, conjuntamente con a quienes se le han atribuido nuestra
posterior paternidad, de la parcela de terreno en el cual compartíamos con del
resto de la creación, de los bienes y servicios, ángeles incluidos, con una
espada flagelante que nos pudiese impedir cualquier intento de retorno.
De manera que si algo nos identifica es la misma
precariedad que pudiese tener un mochilero de los tantos que observamos
transitar por nuestras rutas, llevando como un caracol humano nuestra casa a
cuestas “haciendo dedo” al resto de los mortales para intentar “un aventón” que
nos permita continuar con nuestro viaje de destino incierto.
Entonces lo que nos queda, como concesión divina
que nos diferencia del resto de los mortales, es nada más y nada menos, que
hemos sido creados “a imagen y semejanza” del padre de todas las creaciones,
concesión que pone a nuestro alcance la capacidad de transformar todo cuanto
nos propongamos realizar, eso sí, dando un fiel cumplimiento a los derechos y
obligaciones que rigen para los “herederos de los dioses”
“Mentalmente, el hombre fue creado como un ser
racional con voluntad propia – en otras palabras, el hombre puede razonar y
elegir. Este es el reflejo de la inteligencia y la libertad de Dios. En
cualquier momento alguien inventa una máquina, escribe un libro, pinta un
paisaje, disfruta una sinfonía, calcula una suma, o nombra a una mascota, él o
ella están proclamando el hecho de que fueron hechos a la imagen de Dios.
Parte del haber sido hechos a la imagen de Dios, es
que Adán tuvo la capacidad de tomar decisiones libremente. Aunque le fue dada
una naturaleza justa, Adán hizo una mala decisión al rebelarse en contra de su
Creador. Al hacerlo, Adán dañó la imagen de Dios de su interior, y pasó esa
semejanza dañada a todos sus descendientes, incluyéndonos a nosotros (Romanos 5:12). Hoy, todavía llevamos esa semejanza de Dios
(Santiago 3:9), pero también llevamos las cicatrices del
pecado, y mostramos los efectos mental, moral, social y físicamente.”
Cuando nos preguntemos en lo individual, ¿qué es lo
que se espera de nosotros? encontraremos la respuesta en el mismo "soplo
de vida" que nos hace coautores de todas esas cosas que por su magnitud no
encuentran otra definición más contundente que “maravillosa” como se suele
definir a la vida misma.
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