“Aquellos que esperan ser felices son unos tontos, no entienden
nada, el mundo es malévolo, lleno de injusticia”.
Y estamos aquí para sufrir, para decir al final
de la vida: "Mira mis cicatrices. Fui muy infeliz y ahora
merezco algo mejor".
Algunos creen que todo alrededor es un holograma; otros, que
es un experimento alienígena.
No lo sé. Solo sé que no tengo otro mundo.
Y qué bueno, porque me gusta este. ¿Sabes cuál es la gran
ventaja? Que tú decides.
La vida en muchas ocasiones nos pone más de un
camino para decidir.
En muchas ocasiones dichas decisiones son dolorosas
y es muy difícil saber qué es lo que es más correcto hacer.
No, no hay volados en la vida.
Solo hay poner en una balanza lo que perdemos y lo
que ganamos… lo terrible es que a veces cuando todo parece indicar que ganamos,
perdemos y viceversa.
Así pues, decidir qué hacer no es fácil, preguntar
a otros es una manera de escucharse a uno mismo.
Decidir es tomar una responsabilidad, aunque duela,
toda acción nos llevará a desencadenar una serie de consecuencias, procuremos
entonces tomar una decisión, no la que sea, si no la que venga de una profunda
reflexión.
Entonces ya sabes convivimos en sociedad con otras
criaturas humanas que son tan imprevisibles como lo podemos ser nosotros
mismos, si bien nos podemos refugiar en un “encierro voluntario” decir
“que estamos en este mundo pero no somos del mundo” pero lo cierto es que
nacemos para transformar y compartir las transformaciones.
Si piensas que tu vida y las vidas de aquellos que
transitan por tu misma senda son un mundo en sí mismas, bien haces, pero estos
mundos, el tuyo propio y el de cada uno de tus semejantes son mundos paralelos
que mantienen su independencia e identidad pero que constituyen una
constelación de iguales que deben tomar decisiones que les garantice la
preservación de sus órbitas generando los espacios vitales donde actuar y
decidir en armonía.
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