El adjetivo de voluntarioso define una cualidad de carácter de
aquella persona que se caracteriza por tener una buena voluntad y una
disposición de ayuda para realizar el bien en cualquier ámbito de la vida. En
el contexto profesional, una persona voluntariosa es aquella que trabaja con
tesón por alcanzar sus objetivos, se supera a sí misma, es constante en la
realización de un plan de acción y cuida todos los medios a su alcance para
intentar que las cosas salgan según lo esperado.
Ser voluntarioso es una cualidad importante, una de
las más valoradas por cualquier empresa cuando contrata a profesionales que más
allá del currículum, se diferencian por sus habilidades personales. Las
personas voluntariosas simplifican las dificultades a través de su actitud.
Una persona voluntariosa es diligente y firme en su tarea, tiene una
rectitud moral que le hace perseverar en sus propósitos gracias a un alto grado
de motivación intrínseca. Es decir, una persona diligente es aquella que valora
el cumplimiento del deber. La cualidad de ser voluntarioso también es
importante en los estudios donde esta disposición de trabajo puede ser incluso
más importante que la inteligencia.
Algunas personas muy inteligentes se confían en sus posibilidades y suspenden un examen por no haberlo preparado a conciencia. En cambio, las personas voluntariosas y trabajadoras tienen paciencia para preparar con esmero una tarea. En este caso, la persona se esfuerza con gusto porque se motiva ante los frutos que espera lograr a partir de su esfuerzo.
Debemos revisar el valor que nos enseña la importancia de terminar lo que emprendemos.
Algunas personas muy inteligentes se confían en sus posibilidades y suspenden un examen por no haberlo preparado a conciencia. En cambio, las personas voluntariosas y trabajadoras tienen paciencia para preparar con esmero una tarea. En este caso, la persona se esfuerza con gusto porque se motiva ante los frutos que espera lograr a partir de su esfuerzo.
Debemos revisar el valor que nos enseña la importancia de terminar lo que emprendemos.
Comenzar algo siempre nos llena de entusiasmo. Un nuevo trabajo, un
nuevo proyecto, una nueva relación trae consigo esperanzas y expectativas. En
realidad poner “la primera piedra” de un edificio es relativamente sencillo.
Pero poner “la última piedra” no es tan fácil.
El poner la última piedra es un valor que nos enseña la importancia de terminar lo que emprendemos y no dejarlo a medias.
Cuando termina un año, se da un doble fenómeno: el de la alegría de comenzar un nuevo ciclo, pero en cierta forma también un poco la tristeza de ver que no terminamos todo lo que nos propusimos.
No podemos permitir que el desánimo o la tristeza nos impidan actuar. Los grandes proyectos requieren de un trabajo constante. Las grandes obras se componen de pequeños esfuerzos que se realizan todos los días. Pero también es importante sentarse a meditar en qué queremos lograr y hacia donde esperamos ir. Si no tenemos la constancia y la lucha diaria de construir las cosas grandes con pequeños detalles, nos quedaremos colocando primeras piedras, pero no acabaremos nuestras obras.
Poner la última piedra es la culminación que nos brinda paz y una conciencia serena. Quienes siempre emprenden pero nunca terminan acaban desanimándose y llegando a un conformismo mediocre que no es sano.
Para poner últimas piedras, debemos conocer nuestras capacidades y nuestros defectos.
El poner la última piedra es un valor que nos enseña la importancia de terminar lo que emprendemos y no dejarlo a medias.
Cuando termina un año, se da un doble fenómeno: el de la alegría de comenzar un nuevo ciclo, pero en cierta forma también un poco la tristeza de ver que no terminamos todo lo que nos propusimos.
No podemos permitir que el desánimo o la tristeza nos impidan actuar. Los grandes proyectos requieren de un trabajo constante. Las grandes obras se componen de pequeños esfuerzos que se realizan todos los días. Pero también es importante sentarse a meditar en qué queremos lograr y hacia donde esperamos ir. Si no tenemos la constancia y la lucha diaria de construir las cosas grandes con pequeños detalles, nos quedaremos colocando primeras piedras, pero no acabaremos nuestras obras.
Poner la última piedra es la culminación que nos brinda paz y una conciencia serena. Quienes siempre emprenden pero nunca terminan acaban desanimándose y llegando a un conformismo mediocre que no es sano.
Para poner últimas piedras, debemos conocer nuestras capacidades y nuestros defectos.
Pero nuestros proyectos siempre deben exigirnos un poco más de lo que
podemos hacer.
Todos los seres humanos tenemos limitaciones que vamos conociendo con el
paso del tiempo. Un joven es mucho más soñador que un adulto.
Los jóvenes con frecuencia se establecen metas demasiado altas, poco
acordes a sus posibilidades reales.
Por el contrario, a veces las personas mayores tienden a ser más
pesimistas, pues se han dado cuenta de que la vida no es tan sencilla y que los
sueños son difíciles de materializar.
Pero ninguna de las dos actitudes es sana: ni la del joven que no mide
sus posibilidades, ni la del adulto que deja de soñar.
Tener una actitud equilibrada significa plantearnos metas un poco
mayores de lo que sabemos que podemos hacer, y asegurarnos de poner la última
piedra.
Y una vez que lo logremos, volver a empezar haciendo planes, proyectos y
fijándonos nuevas metas, cada vez más altas.
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