Hay momentos en los cuales nos sobreviene un fuerte impulso que nos
induce a la reflexión de todo aquello que de alguna forma ha ido quedando como
un sedimento un tanto imperceptible en algún lugar de nuestra inquieta forma de
sentir todo aquello que de una forma u otra nos conmueve y motiva a expresarnos
en la forma en que lo hacemos diariamente.
Son esos instantes en que la vida, sin detenerse en su constante
devenir, pareciera que nos interpela, como quien controla el estado de nuestra
capacidad perceptiva, como queriendo evitar la potencial “sobrecarga” de
nuestra capacidad de apreciar todo lo que acontece a nuestro alrededor y que
por alguna razón que no llegamos a comprender permanece en algún recóndito
lugar de nuestra consciencia.
Así estamos en esta retrospectiva “limpiando debajo de la alfombra”
abriendo de par en par los ya vetustos ventanales de nuestra mente, aireando
los espacios donde se reside el intelecto, aspirando profundamente el
aliento vital que nos renueva y reconforta evitando cualquier intento de
corrosión de nuestra capacidad intelectual.
Esto que mencionamos lo hacemos con la periodicidad necesaria que
nuestra actividad requiere, con la finalidad de observar desde un “punto neutro
y equidistante” el grado de objetividad con el cual formulamos nuestras
apreciaciones.
Los que asumimos la responsabilidad de emitir nuestras opiniones, cosa
que hacemos con la periodicidad y constancia que nos caracteriza tenemos
asumida la responsabilidad que tal proceder implica, el cual puede apreciarse
en cada una de nuestras manifestaciones.
En eso estamos.
Hay momentos en los cuales nos sobreviene un fuerte impulso que nos
induce a la reflexión de todo aquello que de alguna forma ha ido quedando como
un sedimento un tanto imperceptible en algún lugar de nuestra inquieta forma de
sentir todo aquello que de una forma u otra nos conmueve y motiva a expresarnos
en la forma en que lo hacemos diariamente.
Son esos instantes en que la vida, sin detenerse en su constante
devenir, pareciera que nos interpela, como quien controla el estado de nuestra
capacidad perceptiva, como queriendo evitar la potencial “sobrecarga” de
nuestra capacidad de apreciar todo lo que acontece a nuestro alrededor y que
por alguna razón que no llegamos a comprender permanece en algún recóndito
lugar de nuestra consciencia.
Así estamos en esta retrospectiva “limpiando debajo de la alfombra”
abriendo de par en par los ya vetustos ventanales de nuestra mente, aireando
los espacios donde se reside el intelecto, aspirando profundamente el
aliento vital que nos renueva y reconforta evitando cualquier intento de
corrosión de nuestra capacidad intelectual.
Esto que mencionamos lo hacemos con la periodicidad necesaria que
nuestra actividad requiere, con la finalidad de observar desde un “punto neutro
y equidistante” el grado de objetividad con el cual formulamos nuestras
apreciaciones.
Los que asumimos la responsabilidad de emitir nuestras opiniones, cosa
que hacemos con la periodicidad y constancia que nos caracteriza tenemos
asumida la responsabilidad que tal proceder implica, el cual puede apreciarse
en cada una de nuestras manifestaciones.
En eso estamos.
Hay momentos en los cuales nos sobreviene un fuerte impulso que nos
induce a la reflexión de todo aquello que de alguna forma ha ido quedando como
un sedimento un tanto imperceptible en algún lugar de nuestra inquieta forma de
sentir todo aquello que de una forma u otra nos conmueve y motiva a expresarnos
en la forma en que lo hacemos diariamente.
Son esos instantes en que la vida, sin detenerse en su constante
devenir, pareciera que nos interpela, como quien controla el estado de nuestra
capacidad perceptiva, como queriendo evitar la potencial “sobrecarga” de
nuestra capacidad de apreciar todo lo que acontece a nuestro alrededor y que
por alguna razón que no llegamos a comprender permanece en algún recóndito
lugar de nuestra consciencia.
Así estamos en esta retrospectiva “limpiando debajo de la alfombra”
abriendo de par en par los ya vetustos ventanales de nuestra mente, aireando
los espacios donde se reside el intelecto, aspirando profundamente el
aliento vital que nos renueva y reconforta evitando cualquier intento de
corrosión de nuestra capacidad intelectual.
Esto que mencionamos lo hacemos con la periodicidad necesaria que
nuestra actividad requiere, con la finalidad de observar desde un “punto neutro
y equidistante” el grado de objetividad con el cual formulamos nuestras
apreciaciones.
Los que asumimos la responsabilidad de emitir nuestras opiniones, cosa
que hacemos con la periodicidad y constancia que nos caracteriza tenemos asumida
la responsabilidad que tal proceder implica, el cual puede apreciarse en cada
una de nuestras manifestaciones.
En eso estamos.
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