Cada uno de nosotros somos generadores de nuestra propia
capacidad de irradiar una luz única, aquella que proviene de nuestro ser
interior, ese ser que siempre ha existido desde los albores de su consciencia, la que fulgura nítidamente en cada una de nuestras expresiones y surcan
el infinito de nuestras acciones dotando al universo del maravilloso aporte de nuestras luces y
sombras.
No voy a discutir esa posibilidad porque en ella radica la
esperanza de que podamos ser mejores. Me da lo mismo que sea a través de muchas
vidas vividas; que sea en función de intuiciones o percepciones extraordinarias
o gracias al estudio y la meditación.
Sería muy triste suponer que nuestro paso
por este mundo fuese a priori condicionado por todas esas anclas invisibles que
nos retienen pegados al terreno de la mediocridad o al de la simpleza
cotidiana. Necesitamos saber que se pueden alcanzar otros niveles de
conciencia, saber que existen y luego decidir si nos sentamos a contemplar el
acuario o nos lanzamos al mar para encontrar nuestra Ítaca.
Conviene aclarar, aunque parezca obvio, que hablo de logros
metafísicos no de cuestiones prácticas como el triunfo social o el
económico. Me refiero siempre a frutos de desarrollo y elevación mental, esos
que nadie nos puede arrebatar ni cobrar intereses ni perder en la bolsa.
Me
refiero a la trascendencia de llegar a ser luz. No luz celestial o mística;
tampoco a la sobrenatural, hay demasiado espacio natural para traspasar ciertas
barreras. Me refiero a la luz interior de la comprensión de todo lo que nos
rodea y en qué forma podemos hacer un poco de luz frente tanta oscuridad.
Porque cualquiera de nosotros, seamos o no conscientes de
ello, somos capaces de ser seres de luz, y por consecuencia y física, tener al
mismo tiempo nuestras propias sombras. Y asumir esta contradicción.
Los caminos para alcanzar esta claridad mental son muy
diversos y la prueba de que están llenos de zonas de umbría, es que cada gurú,
cada maestro y cada iniciado tienen su propia teoría. Y ninguna es
absolutamente buena ni totalmente mala, porque cualquier enseñanza al
respecto se limita a contarnos que tenemos un interruptor interior.
Pulsarlo o no, que ilumine o permanezca apagado, depende solo de nosotros;
porque somos seres de luz, pero también de sombras.
Hugo W Arostegui
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