viernes, 31 de marzo de 2017

Sobre Adicciones


Cada cierto tiempo, los medios de comunicación de diferente corte y pelaje sacan una noticia con un estudio sobre cómo las nuevas tecnologías y su uso desmesurado producen patologías y trastornos en los usuarios advirtiendo a la población de que, además de ser irreversibles, van en aumento.

Estar enganchado al móvil o ser adicto a internet son las consecuencias nocivas de las que más se habla y las que más se teme padecer. La nomofobia -no mobile phone phobia- o pánico a no estar conectado por el móvil, la tecno ansiedad, o tecnostress, el síndrome de la vibración fantasma, etc. son algunas de las características del cuadro clínico que presenta esta dependencia tecnológica. 

Pero, ¿es cierto todo lo que se dice sobre los males que genera la tecnología o es miedo a lo desconocido y al cambio?

“Al principio también se pensaba que la velocidad de los trenes era perjudicial para el cuerpo humano y recuerdo leer artículos de finales del siglo XIX donde mucha gente criticaba el teléfono y su uso, advirtiendo de cómo iba a destruir el contacto personal”, cuenta José Miguel Gaona, psiquiatra y Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, que dirige el Instituto Neurosalus, especializado en el tratamiento de la depresión y las adicciones. “Internet per se no produce adicción. 

En 25 años de profesión no hemos visto ni una sola persona que fuese -con los síntomas propios de una adicción-, adicta a internet”.

La idea de que pudiera existir una adicción a internet tuvo supuestamente su origen en una broma que, en 1995, el psiquiatra Iván Golberg propagó por la recién estrenada red.

Cada tecnología que nace y se desarrolla viene asociada con una nueva patología. Ocurrió con el teléfono, la televisión, la consola y ahora con las TIC (tecnologías de la información y la comunicación). “Toda tecnología como acción humana tiene unos efectos no previstos y no deseados.

Es una ley general a todo avance técnico pero, dicho esto, no creo que las TIC sean más perniciosas ni parece que las personas se vuelvan más adictas que con cualquier otro uso de las tecnologías”, asegura Francesc Núñez, Doctor en sociología y profesor agregado de la UOC, (Universitat Oberta de Catalunya) cuya investigación se centra en la sociología de las emociones, consumo y tecnología.

“Todas esas alertas que periódicamente salen en los medios, seguramente haya personas que tienen esos enganches, pero casi siempre en un porcentaje muy minoritario. La mayoría de la gente que hace un uso de las tecnologías de la comunicación no está teniendo esos efectos negativos”, asegura el investigador.

La idea de que pudiera existir una adicción a internet tuvo supuestamente su origen en una broma que, en 1995, el psiquiatra Iván Golberg propagó por la recién estrenada red. En ella hablaba de un nuevo síndrome al que llamó ‘desorden de adicción a Internet’ (IAD, en inglés) y en el que describía precisamente los síntomas mencionados al comienzo del texto: ansiedad, la necesidad de conectarse horas y horas, y el movimiento involuntario de los dedos para teclear.

Aquella falacia se dio por verdadera y pronto se inundó la web de gente que se veía identificada con esas dolencias. Ese mismo año, la psicóloga Kimberley Young, referente en la materia, fundó el Centro para la Recuperación de la Adicción a Internet netaddiction.com que continúa actualmente ofreciendo sus servicios.

La adicción a Internet (ni ninguno de los trastornos derivados de las nuevas tecnologías), no ha ingresado como desorden mental en el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales que edita la Asociación Americana de Psiquiatría, aunque los defensores de su existencia argumentan que Internet es aún muy nuevo y por eso no ha sido aún aceptada.

“Hay mucho de tecnofobia. En muchas de las entrevistas que hemos realizado sobre el uso de las nuevas tecnologías y las relaciones de pareja, todo el mundo está de acuerdo en que es preferible el cara a cara, porque la mediación tecnológica todavía despierta cierto recelo”, explica el sociólogo. “Pero fuera de esta ‘desconfianza’ inicial, el uso y las ventajas que ofrecen las TIC se extiende a cualquier ámbito. ¿Hay quien hace un mal uso y abusa?, pues seguro, pero en sí mismas no creo que encierren más peligro que otras tecnologías”.

Para el psiquiatra José Miguel Gaona, la posible dependencia que se desarrolla hacia el móvil o internet está ligada a la neurofisiología de cada uno lo que influirá a la hora de vivir en mayor o menor medida ese ‘enganche’. “Los circuitos de pregunta-respuesta se crean con bastante intensidad, requiere una acción inmediata, y eso produce -si se puede llamar así- cierta adicción. Han acostumbrado a sus neuronas a que cuando recibe un wassap contesten y si no lo hacen se siente incómodo y eso es lo que puede generar ansiedad”.
Helena Matute, catedrática de Psicología de la Universidad de Desto, quien se dio a conocer al ser una de la primeras en publicar un artículo en 2003, cuestionando estas patologías derivadas de las nuevas tecnologías, explicaba muy gráficamente: “Si alguien no puede dejar de entrar en Internet es como si fuera al mismo bar de la esquina todos los días. Podría ser un problema, pero no una adicción”.


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