Vemos e interpretamos la realidad de forma subjetiva. Y muchos creemos
que nuestra visión del mundo es la única verdadera.
¿Debemos flexibilizar una postura tan rígida?
A diferencia de la moral, que nos guía hacia la división y el
conflicto, la ética nos mueve hacía la unión y
el respeto”
Los seres humanos hemos sido educados para regirnos según nuestra “conciencia
moral”.
Es decir, para tomar decisiones basándonos en lo que está bien y en lo que está mal, desde niños se nos ha premiado
cuando hemos sido buenos y castigados
cuando hemos sido malos.
Así es como nuestros padres -con su mejor intención- han tratado
de orientarnos. Pero esta fragmentación dual es completamente subjetiva. De
ahí que cada uno de nosotros tenga su propia moral.
Prueba de ello es el capitalismo. Para unos está bien, pues
consideran que este sistema promueve el crecimiento económico y la riqueza
material. Para otros está mal, pues
aseguran que se sustenta sobre la insatisfacción, la desigualdad y la destrucción de la naturaleza.
Lo mismo sucede con las empresas, los partidos políticos, las
instituciones religiosas y, en definitiva, con el comportamiento mayoritario
de la sociedad.
Una misma cosa, persona, conducta, situación o circunstancia puede
generar tantas opiniones como seres humanos las observen.
Dependiendo de quién lo mire -y desde dónde lo mire-, será bueno o malo; estará bien o mal. De ahí
que, a la hora de hacer valoraciones, todo sea relativo.
“Detrás de cualquier
prejuicio y estereotipo se esconden el miedo y la ignorancia”. (Ryszard Kapuscinsky)
Podríamos definir la moral como nuestro dogma individual. Un
punto de vista sobre cómo deben ser las cosas. Este es el motivo por el
que muchos intentamos imponer nuestras opiniones sobre los demás. Al
identificarnos con nuestro sistema de creencias, creemos que el mundo debería ser como nosotros pensamos.
De ahí que mantengamos “batallas dialécticas”, juzgando,
criticando e incluso tratando de imponer nuestra verdad a aquellos que piensan y actúan de
forma diferente. En estos casos, más que compartir, lo que buscamos es
demostrar que tenemos la razón. Cabe preguntarse: ¿qué obtenemos cuando conseguimos
“tener la razón”? Por muy sofisticados que sean nuestros argumentos, este tipo
de conductas solo ponen de manifiesto nuestra falta de madurez emocional.
Las personas intolerantes y dogmáticas estamos convencidas de que las cosas están bien o mal en función de si están alineadas con la idea que tenemos de ellas en nuestra cabeza.
En esta misma línea, los demás son buenos o malos en la medida en la que se comportan
como nosotros esperamos. Así, la conciencia moral actúa como un filtro que nos
lleva a distorsionar la realidad. Es la responsable de la mayoría de
conflictos que destruyen la convivencia pacífica entre los seres humanos. No
es otra cosa que la suma de nuestros prejuicios y estereotipos.
Y se sustenta sobre dos pilares:
nuestras interpretaciones subjetivas y nuestros pensamientos egocéntricos.
De ahí que limite nuestra percepción y obstaculice nuestra comprensión,
siendo una constante fuente de lucha, conflicto y
sufrimiento.
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