Desapegarse,
es una de las tareas más complicadas a las que el ser humano se enfrenta en
algún punto de su camino, aquel en que simplemente y sin alternativa
comprende que no hay más elección que desapegarse.
Desapegarse
de todo. Desapegarse incluso de uno mismo y del enorme peso que nos
mantiene atados a una realidad que no es más que un sueño. Un sueño aplastante
que nos vuelve cadáveres vivientes que se sueñan viviendo.
Pero, ¿cómo podremos volar si
vivimos arrastrando esa pesada carreta que lleva el peso toda nuestra
existencia?, una que a través de muchas vidas o experiencias, va cargando una
aparente realidad que nos mantiene ciegos.
Amarrados
y esclavos del pensamiento, la mente, aquella loca que parlotea gimiendo como
un rumiante herido y tuerto velando nuestra verdadera libertad.
Ese
soltar ideas y creencias, soltar la ilusión de que somos espirituales cuando
nos aferramos a la idea de la espiritualidad, soltarnos de la cruz y de la vela, del
incienso, del padre nuestro, soltarnos de nosotros mismos.
De todas las creencias que nos aguijonean la poca luz que nos fue
obsequiada para comenzar a caminar, a despertar.
Soltar
todas las imágenes y formas, soltar las palabras que nos atan al rezo, al gurú,
al maestro, a los ángeles, guías, canalizadores, refranes y edificios costosos
que albergan la salvación.
A la creencia, cualquiera sea esta, soltarnos al deseo de soltarse.
Soltarnos a toda la amplia película que se nos ha pintado desde el
comienzo de nuestros tiempos convirtiéndonos en marionetas de un titiritero.
Soltarnos de todo lo que provoque una resistencia.
Mientras haya resistencia, no
podrá fluir nada. Mientras haya deseo, apego, no habrá evolución porque
realmente no comprendemos que al desear estamos presos de ese deseo.
Encarcelados en el anhelar. Ciegos por la forma. En el pesado sueño del
siguiente minuto.
Cuando se comprende esto,
lentamente y sin alternativa, como un inmenso globo que soltó las amarras, el
vuelo hacia la libertad comienza y todo a nuestro alrededor cambia.
No
puede ser de otra manera, ya no se es parte de ese todo, de la garra que conforma
la forma. Estas más arriba, más libre, con menos peso.
Ahora
observas desde un punto distante donde no hay nada inventado, no eres tocado ni
alcanzado por nada.
Sólo
observas. Observas solo y silenciosamente. Sin distracción, sin temor, sin
deseo. Sin palabras, sin forma. Hasta, que incluso dejas de observar para ser
en lo observado. Ya eres parte de Todo.
Eres en la nada y en ese todo que
crece como un río dentro de ti. Como una malla milagrosa. Piadosa y extasiada.
Cada vez que comprendemos esencialmente “algo”, ese Todo, Dios, Energía,
Consciencia o cualquiera sea el nombre que necesitemos ponerle, se
expande como un río sediento en ti. Gozoso y sublime. Iluminador y
esclarecedor.
Hugo
W Arostegui
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