En lo más profundo de nuestro ser reside nuestra Esencia,
una fuerza innata que trasciende los límites de lo físico.
Se trata de una inteligencia más profunda y
antigua que aquella que rige nuestro desarrollo morfológico, nuestros gustos,
nuestro carácter o nuestras aptitudes.
Es algo que va más allá de nuestro ADN,
nuestra educación o nuestro carácter. Algunas culturas lo llaman conciencia,
otras culturas lo llaman alma y a mi me gusta llamarlo Esencia. Es la parte del
Todo que vive en cada uno de nosotros y nos conecta al universo y sus
principios. Nuestra Esencia, además, es la fuente que nutre nuestra brújula interna y
constituye la guía principal que debe orientar nuestros pasos en la vida.
Cada persona es cuerpo, es mente y tiene un carácter único e
irrepetible. Pero cada persona es también Esencia. Ésta última parte no es más
que un testigo silencioso. Es la parte de la Gran Consciencia que yace en
nuestro interior y cuyo mayor anhelo es poder manifestarse en todo su esplendor
durante su existencia física.
Nuestra Esencia es la parte de nosotros mismos
que nos convierte a todos en hermanos, pues ésta forma parte de un mismo todo
cuya sabiduría infinita yace en el fondo de nuestro ser. Pero, a la vez,
nuestra Esencia es también aquello que nos hace diferentes, únicos e
irrepetibles, pues es allí donde yace la misión que cada uno de nosotros viene
a cumplir en este mundo. Una misión propia que cada cual debe encontrar y
experimentar en el juego de la vida a través de sus propias circunstancias,
entorno y posibilidades físicas.
De hecho, la vida no es más que un gran juego, un gran teatro
confeccionado para jugar y aportarnos las más variadas experiencias. Nuestro
cuerpo no es más que un medio para que nuestra Esencia pueda experimentar dicho
juego. Y la realidad física no es más que un grande e inmenso decorado en el
que jugar. Por tanto, juguemos, pero no nos preocupemos tanto por lo externo,
es decir, por el medio o por el decorado.
Nuestro camino y nuestros intereses
deberían partir de nuestra Esencia y dirigirse hacia ella a la hora de
manifestarse en el mundo físico. Nunca al revés.
Puede que nuestro cuerpo cambie con el paso de los años, al igual
que también cambian nuestras circunstancias personales o la forma cómo
reaccionamos o nos comportamos ante los sucesos de la vida. Lo que no cambia es
nuestra Esencia, la parte inmutable y eterna del ser.
Cuando converso con
alguien sobre este tema, siempre doy el mismo argumento:
“Lo que la persona
es, es. No cambia ni cambiará nunca. Sin embargo, si definimos cambiar al hecho
de manifestar algo latente que no se manifestaba antes, entonces la persona sí
cambia. Pero aquello nuevo que ahora se manifiesta siempre estuvo, siempre
estará. Y proviene del potencial infinito que yace en lo más profundo de cada
ser”
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