Jane Goodall (Londres, 1934) lleva toda su vida
estudiando el comportamiento de los chimpancés, promoviendo un estilo de vida
de la sociedad occidental más sostenible con el medio ambiente y tratando de
dar respuesta a una pregunta: ¿Por qué estamos destruyendo el planeta? Su
conclusión deja en mal lugar a la especie humana. «Porque nos estamos
comportando de un modo estúpido», afirmó ayer durante una visita a Barcelona.
Siempre acompañada por un chimpancé de peluche,
Goodall se dedica en cuerpo y alma a llamar la atención sobre lo que los
ciudadanos y las empresas pueden hacer en positivo por la conservación de los
ecosistemas y el desarrollo sostenible y pacífico de, entre otras, las
comunidades de la cuenca del Congo, donde cree que se corre el peligro de
acabar con las selvas vírgenes por culpa de la sobreexplotación mineral.
Especialmente del coltán, elemento muy útil para
fabricar los móviles. Por ello, pide la colaboración de consumidores y
fabricantes de terminales en dos sentidos.
Por un lado, animando a la ciudadanía a
involucrarse en el alargamiento de la vida útil y el reciclaje de móviles, y
también instando a todas las empresas a asegurar la mayor transparencia en su
cadena de suministros de minerales, para evitar que los usuarios terminen
financiando a las grupos armados que violan los derechos humanos y trafican
estos recursos en la República Democrática del Congo y países vecinos. Algo
parecido a lo que ocurre con los diamantes, que deben llevar un certificado de
que no son minerales 'de sangre'.
La campaña 'Movilízate por la selva', impulsada
por el instituto Jane Goodall, trata de concienciar poniendo el acento en que
la explotación del coltán y la casiterita está en el centro de los conflictos
bélicos que producen millones de víctimas y refugiados en la República
Democrática del Congo. La minería ilegal explota mano de obra infantil o
semiesclavizada, destruyendo además los hábitats de muchas especies como los
chimpancés y gorilas, en grave peligro debido a la caza furtiva y la
deforestación
Reflexión:
«Cada uno de nosotros puede marcar la diferencia de forma
diaria», señala. Y se dirige, sobre todo a los jóvenes, a los que pide que
reflexionen sobre cómo pueden solucionar los problemas. «Si se remangan, pueden
cambiar el mundo», dice. Doctora en Etología por la Universidad de Cambridge y
doctora honoris causa por más de cuarenta universidades del mundo, Goodall lo
afirma desde su más absoluto amor por el mundo animal.
Un respeto que no aprendió en los libros, ni en las
universidades, sino que se lo enseñó su perro.
«Cuando fui a Cambridge, tras
haber viajado a África, los profesores me decían que no podía hablar de los
animales como seres con personalidades y emociones individuales. No son como
nosotros, me recalcaban. Yo sabía que estaban equivocados», remata. Tras más de
60 años estudiando primates, su conclusión es que son muy parecidos a los
humanos. Sus relaciones familiares pueden durar más de medio siglo, tienen
personalidad propia, el funcionamiento de su cerebro es muy parecido y tienen
las mismas emociones básicas: felicidad, ira, miedo, desesperación, también
pueden ejercer la violencia, como el hombre, provocan guerras entre comunidades
y sienten el amor, el afecto y pueden ser altruistas y hasta sienten la
vergüenza. «No hay frontera entre nosotros y el resto de los animales»,
asegura.
Tampoco con los toros. «Si fuera un toro no me gustaría participar en una
corrida», remata. «Los humanos no somos los únicos que tenemos sentimientos»,
concluye.
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