A nadie le gusta equivocarse,
y reconocerlo es algo que muchas veces nos cuesta hacer.
Equivocarnos no nos
hace menos valiosos, ni menos sensatos, ni menos dignos. Los errores son parte
de la vida y nos brindan la oportunidad de ser mejores aprendiendo de la
experiencia y aceptando consecuencias.
Pedir perdón o cometer un error no nos
tiene porqué quitar valor, no tengamos miedo a reconocer lo que hicimos mal.
Reconocer nuestros
errores habla de nuestra madurez como seres humanos, puede que ello no sea muy
sencillo que digamos, pero si lo pones en práctica, con el tiempo descubrirás
que es la mejor manera de aprender de la vida, de tu vida.
Es más liberador
que difícil reconocer que nos equivocamos, entonces hagamos el sano ejercicio
de pronunciar dos palabras: ¡Me equivoqué! Nadie está exento de equivocarse:
El caminar tiene
sus tropiezos y caídas, pero esto no significa que haya que dejar de dar pasos.
Equivocarse trae muchas ventajas, si aprendemos a mirar lo que sucede con ojos
de sabiduría. Los errores son importantes para nuestro bienestar así pueda
sonar algo confuso, pero para que estos no pasen en vano por nuestras vidas, es
importante registrarles y resarcirles. Duele equivocarnos.
Pero a veces nos
duele más reconocerlo… Es una sensación inexplicable de dolor en donde no te
están apretujando un dedo, pero si te están apretujando el alma.
Pasamos entonces a
tener una mezcla de sentimientos revueltos en la panza y aunque deseemos
reconocer que nos equivocamos, nos rendimos ante la facilidad del no hacerlo.
No nos gusta desacomodarnos: Queremos seguir teniendo la “razón” así cueste, el
orgullo no permite que nos movamos de nuestra posición “privilegiada” y allí
nos enredamos y nos desgastamos intentando creer que no nos hemos equivocado, o
que si lo hicimos, fue de una minúscula forma: es como si eligiéramos entre la
ceguera y el astigmatismo avanzado, vemos tan borroso, que preferimos creer que
no hay nada de mancha en el horizonte.
El orgullo y el no querer
vernos en nuestra condición de seres en proceso de construcción puede llenar
de lodo nuestros pasos. Si nos equivocamos, nada hay de malo en reconocerlo y
aceptar las consecuencias, todo lo contrario, ello nos llena de mayor valor:
necesitas de más determinación y valentía para mirarte a ti mismo antes que
mirar a los demás.
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