sábado, 15 de julio de 2017

Ecos De Nuestra Historia: Sobre La Intolerancia


“No es la diversidad de opiniones (lo que no puede evitarse), sino la negativa a tolerar a aquellos que son de opinión diferente (que podría ser permitida) lo que ha producido todos los conflictos y guerras que ha habido en el Cristianismo a causa de la religión. 

"La cabeza y los jefes de la Iglesia, movidos por la avaricia y el deseo insaciable de dominar a todos, utilizando la ambición sin límites de las autoridades políticas y la crédula superstición de multitudes atolondradas, han levantado, en contra de lo que dice el Evangelio y la caridad, a las autoridades y a las masas en contra de los que tienen ideas diferentes en religión, predicando que los cismáticos y los herejes deben ser expoliados de sus posesiones y destruidos. Y así han mezclado y confundido dos cosas que son en sí mismas completamente diferentes"
la Iglesia y el Estado.” J. LOCKE, Carta sobre la tolerancia

El momento histórico del texto es 1689, pues entre ese año y el siguiente John Locke escribió una serie de cartas en las que expone sus ideas políticas. En esos años ocurrieron en Inglaterra dos hechos decisivos: la Revolución Gloriosa de 1688, que supone el triunfo del parlamentarismo y de la limitación del poder del monarca, y la Declaración de Derechos Británica, de 1689, que recoge en buena medida las ideas del liberalismo político, movimiento del que Locke es fundador y del que este texto es exponente. En cuanto al tema del texto, es la tolerancia entre diferentes opiniones religiosas, que debería ser garantizada por un Estado separado de la Iglesia para conseguir refrenar la causa más frecuente de las guerras, que es la voluntad de dominio de una opinión sobre las demás. 

Es una defensa de la libertad religiosa y la separación entre Estado e Iglesia, por tanto, aunque Locke limitara esa libertad a los diferentes grupos protestantes. Las ideas del texto son las básicas del liberalismo político, movimiento que debe mucho a la Inglaterra de finales del XVII y a John Locke, cuyas ideas supusieron, en el terreno de la política, la expresión del individualismo moderno que venía siendo desde Descartes el punto de vista central de la Filosofía moderna. 

Como vemos en el texto, para Locke es fundamental en religión, así como en la política,
preservar la libertad de opinión, pues más daño hace a la Iglesia la intolerancia hacia opiniones diferentes de la ortodoxia que la tolerancia de estas opiniones. Según el autor, es la ambición de poderes terrenales y la distorsión del mensaje evangélico lo que ha llevado a los jefes de la Iglesia a desencadenar guerras y conflictos dentro del Cristianismo, que para Locke debería parecerse más a una comunidad de creyentes con diversas opiniones que se respetan entre sí que a un bloque unido en torno a una ficticia unanimidad en la ortodoxia. 

El Cristianismo, del que Locke siempre se consideró parte integrante, debería desprenderse de su desconfianza ante la discrepancia, porque precisamente en la diversidad puede asentar su fuerza, si la trata desde la tolerancia. Por eso la Iglesia debería separarse siempre de los diferentes Estados, meras instituciones políticas que buscan otros fines.

En la línea del empirismo nominalista de Ockham, el padre del liberalismo político basa su defensa de la separación del Estado y la Iglesia en la pretensión de recuperar la pureza espiritual de la institución cristiana, y en la idea de que Fe y Razón se basan en campos que nada tienen en común, y que por tanto deben respetarse entre sí. El empirismo de los nominalistas del siglo XIV encuentra su continuidad en los empiristas británicos del XVII y XVIII, que profundizan en su rechazo de las entidades universales, y en la aconfesionalidad del Estado moderno. 

Pero el matiz de Locke está en defender los derechos individuales, en particular el derecho de todo individuo a creer en el Dios cristiano de una manera diferente al resto de la comunidad, según vemos en el texto, sin peligro de que se le expolie de sus propiedades, o de que se le persiga. 

Para el pensamiento liberal, del que este fragmento es buen ejemplo, el individuo debe tener alrededor de sí una zona sagrada de derechos en la que ninguna institución supraindividual (Estado o Iglesia, y mucho menos ambos unidos) pueda interferir sin causa justificada. Aquí vemos que la libertad de pensamiento cae dentro de esos derechos intocables.

La reivindicación del sujeto que inició la Modernidad con Descartes adopta ahora la forma de un sujeto receloso de lo estatal o comunitario, y de esa manera va naciendo en Europa el liberalismo y la defensa de unos derechos humanos individuales, que se plasmarán en la Declaración de Derechos británica de 1689, y un siglo más tarde de manera más violenta durante la Revolución Francesa




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