Nuestros viejos repetían la frase “Tiempo perdido, los
santos lo lloran”. Algo lleno de filosofía de vida. Y es que el tiempo que
pasa, es dramáticamente tiempo pasado, ni un segundo será posible retroceder,
menos aún cambiarlo o hacerle correcciones. Existen casos que muestran
lecciones tristes, totalmente posibles de evitar en el presente, y que dibujan
a cuerpo entero consecuencias negativas obtenidas cuando se siguen caminos
desaconsejados, que nuestros padres nos persuaden para evitarlos.
Sus objetivos sanos es la búsqueda de cambios positivos en
nosotros mismos, a través del estudio, abonado del camino de verdaderos
sacrificios, para permitirnos lograrlo. Hace unos años contaba un profesor de
Medicina en una de sus clases en nuestras universidades públicas; su historia
de cómo había logrado estudiar en el extranjero con el sacrificio de sus
padres, para culminar sus estudios de Medicina.
En ese viaje se logró conformar un grupo de unos 6 a 8
estudiantes con el mismo objetivo.
Sus padres poseían, en ese momento, algunas
posibilidades económicas como para realizar ese esfuerzo. Pasado los años y
terminada la carrera. Los progenitores alistaron maletas para ir a las
graduaciones. Uno de ellos, al llegar, se encontró con la catastrófica sorpresa
que su hijo se había retirado de la carrera, cursando solamente los dos
primeros años. De manera que el resto de dinero que le habían enviado cada mes
en los años subsiguientes, llegó a saco roto, dedicándose a cualquier otra cosa
menos al estudio.
Pasados los años, hace poco, al bajarse de su vehículo en el estacionamieto en uno de los modernos centros comerciales, fue sorprendido cuando
alguien le llamó por su nombre y título de Dr. Al tratar de identificar, le
costó reconocer a la persona hasta que este se identificó que era aquel compañero
de viaje de estudio al extranjero; ahora desempeñando el oficio de cuidar
vehículos (CPF). Sus padres ya no estaban; el dinero se terminó.
En otro caso, hace un par de años, se presentó al personal
de la oficina de la Dirección Superior de un ministerio, la nueva Secretaria
General. Esta dio los saludos, las palabras iniciales y definió de inmediato
las pautas en el cargo de acuerdo a su especialidad, requerimiento del
ministerio por su naturaleza y mecanismo de trabajo. Concluidas las
formalidades, regresaron a sus escritorios y oficinas. Menos una persona, que
fue llamada por la nueva Secretaria General a despacho para una pequeña
reunión. Cerrada la puerta, las cosas marcharon de otra manera; la Secretaria
General, estaba frente a la trabajadora de la limpieza de las oficinas. Roto el
protocolo, que distancia por cargos, se dio el saludo y abrazo de la que había
sido su compañera y amiga de estudio de primaria. Nadie supo cómo y desde
cuándo se conocían, prefirieron de común acuerdo mantenerlo así.
En otra institución, no hace mucho, al llegar el nuevo jefe,
presentó a su equipo de asesores con los que pretendía asumir las diversas
tareas; no todos se conocían por dominar cada uno diferentes áreas de
conocimiento. Terminada la reunión, dos personas al reconocerse se quedaron
aparte para saludarse y platicar de manera amena. El último encuentro se había
calendarizado en la época de colegio, en secundaria. Ambos estudiaron en
colegio privado de varones en Managua, en la época que estos existían. Habían ingresado
con extrema dificultad económica de sus padres, que con esfuerzo les habían
logrado mantener sus estudios. El problema se dio cuando llegó el momento en
que cada uno preguntó al otro por su cargo. El primero respondió que llegaba en
calidad de asesor; el segundo bajando la cabeza respondió que había sido
contratado como chofer de uno de los asesores. Luego del colegió no había
querido seguir estudiando
Ninguno de los casos aquí descritos es inventado, pero sí se
ausentan datos que puedan llevar a las personas reales y quienes aún viven esta
historia, su propia historia. En cada caso hubo padres y madres que hicieron lo
que estuvo en sus manos para lograrles otro destino, a través de la
preparación, para lograr un mejor futuro. Pero la misma muestra que las
decisiones de aprovechar, sacrificar y estudiar, no fue igual. En cada caso la
ruleta de la vida los volvió a reencontrar con la comparación de los resultados
de dos actitudes distintas ante la vida.
Se suele decir que “Nadie escarmienta en cabeza ajena”. Qué
bueno sería poder afirmar lo contrario. Y que las vidas de otros nos sirviera
como lecciones ilustrativas de escarmientos para no imitarles, para retomar en
nuestras manos las oportunidades que nos dan, en su momento, con tanto amor
nuestros padres.
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