“Si las personas dirigidas por los otros descubren qué
cantidad de trabajo innecesario realizan, que sus propios pensamientos y sus
propias vidas son tan interesantes como las del prójimo, y que, sin duda no
mitigan la soledad en medio de una muchedumbre de iguales más de lo que pueden
mitigar la sed bebiendo agua salada, entonces cabe esperar que se vuelvan más
atentos a sus propios sentimientos y aspiraciones”
David Riesman
La muchedumbre solitaria
El otro que nos hace
No nacemos hechos; vamos haciéndonos. Más preciso aún:
los otros, que desde el comienzo vamos encontrando en el mundo, van
haciéndonos. Nadie llega a la existencia diciendo "yo soy yo". Más
bien se llegará a decir "yo" gracias a la intervención de los otros,
que, con su presencia,
su palabra, su deseo, sus leyes, sus hábitos,
determinarán, en el proceso de una historia siempre personal, desplegada, claro
está, en el contexto de una colectiva, la constitución de ese yo al que
advenimos.
Está de más decir que ese carácter desnaturalizado de lo humano hace
girar el centro de gravedad de nuestro ser sobre el lenguaje, destinándonos,
por tanto, a la incertidumbre de una historia que nada nos garantiza por
principio y de la cual no podemos sustraer nuestra responsabilidad.
Es la mirada del otro lo que nos constituye, lo que
nos provee la forma como nos reconocemos y lo que, antes que nada, nos
certifica: ¡eres! Así, pues, esa forma que nos viene de la mirada del otro
recorta la imagen en que nos reconocemos, la misma que, sin embargo, nunca es
completa y estará siempre inacabada, no pudiendo, por consiguiente, colmar
jamás la cabalidad de nuestro ser.
El otro, al reconocernos, nos depara cuatro
confirmaciones: como existente, como ser, como singularidad y como valor. De
aquí que permanentemente requiramos que este reconocimiento nos sea ratificado,
lo que delata, por un lado, que estamos poseídos por una sed insaciable de ser
reconocidos y, por otro, el lugar imprescindible que el otro tiene en nuestra
vida, lugar que lo hace necesario siempre y algunas veces deseable.
Pero no
cualquiera nos gratifica en esa necesidad esencial y, por tanto, no todo
desconocimiento nos aniquila. En consecuencia, necesitamos o deseamos el
reconocimiento de alguien que es reconocido por nosotros como un ser
significativo y valioso, con lo cual es claro que no podemos ser sin el otro.
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