Cada vez estoy más convencido
de que la vida es maravillosa. Y lo es, o se manifiesta así, a ratos; en unos
momentos concretos, como al disfrutar de un amanecer o cuando conduces una
mañana soleada de sábado por la avenida Marítima. Claro, que hay reveses y
adversidades por el camino; ¿quién no los ha saboreado? Incluso, de cuando en
cuando algún que otro palo que te destartala. Pero la vida sigue siendo
maravillosa, apasionante y rica en vivencias. Merece ser vivida.
Es habitual que proliferen fórmulas sobre cómo alcanzar la
felicidad. Como si fuera un estadio abstracto por atrapar en el que luego te
quedas instalado por siempre. No, la felicidad no es eso. Es otra cosa. Solo
podemos aspirar a la felicidad razonable. Y lo mejor de todo, es que solo depende
de nosotros mismos. Nadie nos la da y nadie nos la quita. Y a medida que vas
forjando tu personalidad, adquieres entereza y te adecuas a la madurez como
soporte. El horizonte de la vida se abre del todo. Queda a tu disposición, para
que bregues en ella
.
Todos conocemos testimonios valiosos, de una sola pieza que
despiertan nuestra admiración. Por eso los referentes, especialmente en la
adolescencia, son fundamentales; ya que sirven de lucero en unos años siempre
delicados en los que te vas definiendo. Y, por desgracia, los referentes en la
sociedad actual (los auténticos) no sobran; y se expande la banalidad, el reino
del chisme o el superficial éxito (que no la brillantez) de los que hacen de su
existencia un viraje constante y voluble en función del ego. De ese modo, no
cunden proyectos de largo recorrido.
En fin, en la voluntad tenaz y la
inquietud personal reside gran parte de la mejora creciente en nuestras vidas.
Un buen libro, una tarde de cine de provecho o una conversación placentera con
alguien que realmente merezca la pena; son esos momentos en los que gozamos y hacemos de nuestra vida un sendero
jalonado nutrido de convicciones y valores anclados en la seguridad de la
existencia. Y entonces, el resto ya está hecho.
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