Si la ignorancia da la felicidad, ¿es la inteligencia
sinónimo de tristeza? La opinión general parece decir que sí.
A pesar de las ventajas que tiene ser más listo que los
demás, la realidad es que poseer un coeficiente intelectual alto no está
relacionado directamente con tomar mejores decisiones, de hecho, muchas veces
puede implicar exactamente lo contrario.
La búsqueda de la inteligencia ha sido una constante a lo
largo de la historia, pero, ¿qué pasaría si esa búsqueda ha sido en vano?
Los primeros pasos por identificar a los más inteligentes de
entre nosotros se dieron hace casi un siglo, cuando una prueba del coeficiente
intelectual (CI) empezó a ganar popularidad.
En 1926 el psicólogo Lewis Termin decidió usar esta prueba
para estudiar a un grupo de niños superdotados, muchos con más de 170 de CI,
que fueron conocidos como los Termitas.
Como era de esperar, muchos de los niños que participaron en
el experimento alcanzaron fama y fortuna a lo largo de sus vidas, pero otros
eligieron profesiones mucho más humildes, como policía, marinero o mecanógrafa.
Además, la felicidad tampoco estaba asegurada para los más
inteligentes.
Los niveles de divorcio, alcoholismo o suicidio eran igual
que los de las personas normales.
La conclusión que se pudo sacar de los Termitas es que,
mirando el lado positivo, un gran intelecto no implica ninguna diferencia a la
hora de medir la felicidad, y mirando el lado negativo, puede significar una
menor satisfacción con la vida.
¿Por qué entonces los beneficios de un coeficiente superior
no se amortizan a largo plazo?
Una de las posibles respuestas es que el mismo conocimiento
de tu propio talento se puede convertir en una carga a la que estar atado.
Otra queja recurrente es que los niños superdotados parecen
ser más conscientes de los problemas del mundo.
Mientras que la mayor parte de nosotros no sufrimos
demasiado de angustia existencial, la gente más inteligente se preocupa más por
la condición humana o se angustia con la estupidez de los demás.
La preocupación constante puede ser, además, signo de
inteligencia.
Estudios demostraron que aquellos con un alto coeficiente
intelectual se preocupan más y sufren mayores niveles de ansiedad a lo largo
del día.
Pero la ansiedad no proviene de plantearse las grande
preguntas existenciales, sino de preocupaciones mundanas que los más
inteligentes tienden a replantearse una y otra vez.
La realidad es que una mayor inteligencia no se equipara con
una mayor capacidad para tomar decisiones adecuadas; de hecho en algunos casos
puede provocar que las decisiones sean incluso peores.
Keith Stanovich, de la Universidad de Toronto, se ha pasado
la última década haciendo pruebas de racionalidad, y ha descubierto que la
capacidad de tomar decisiones de forma correcta no está relacionada con la
capacidad intelectual.
La gente con un alto coeficiente intelectual tiende de hecho
a tener un "punto ciego de la parcialidad", lo que provoca que sean
incapaces de ver sus propios defectos y de que se guíen mucho por sus
instintos.
Aunque Stanovich cree que esta parcialidad se puede observar
en todos los estratos sociales.
"En la sociedad hay mucha gente haciendo cosas
irracionales a pesar de poseer un nivel de inteligencia más que adecuado",
afirma.
Entonces, si la inteligencia no lleva a tomar mejores
decisiones, ¿qué lo hace?
Igor Grossman, de la Universidad de Waterloo en Canadá,
afirma que tenemos que recuperar un viejo concepto: el de sabiduría.
Sabiduría frente a inteligencia
La idea de Grossman tiene una mayor base científica de lo
que pueda parecer en un primer momento.
"Si uno se fija en la definición de sabiduría, mucha
gente coincide en que es la capacidad para tomar decisiones de una forma
imparcial", afirma el científico.
En uno de sus estudios Grossman comprobó que aquellos con
mejores resultados en pruebas de sabiduría también tenían una mayor
satisfacción con la vida, mejor calidad en sus relaciones y menores niveles de
ansiedad.
Una mayor capacidad de razonamiento incluso parece llevar a
vivir más.
Pero Grossman descubrió que todas estas cualidades no tenían
relación alguna con el CI.
"La gente muy inteligente suele generar, muy
rápidamente, argumentos apoyando sus razonamientos, pero suelen hacerlo de una
forma muy parcial", asegura.
De todas formas parece ser que la sabiduría no está tan
determinada, independientemente por nuestro coeficiente intelectual.
"Soy un firme creyente en que la sabiduría puede
entrenarse", dice Grossman.
Con un poco de suerte la inteligencia no se interpondrá en
el camino.