“El gran problema
de la indiscreción es que no tiene vuelta atrás. Las palabras no se las lleva
el viento, y lo dicho, aunque pidas disculpas, dicho queda. Cuesta ganarse la
confianza de la gente, cuesta ser alguien en el que poder confiar, pero bastan
unas solas palabras para echar por la borda toda la reputación. Una frase o una
conducta imprudente acaban con todo y cambian la opinión que los demás tienen
de ti”
“Ser prudente
supone guardar confidencialidad con la información de otras personas, con la
tuya propia o tener cuidado de no lastimar a otros con comentarios que puedan
ser hirientes. Ser prudente es estar en tu sitio con discreción. La prudencia
está estrecha y directamente relacionada con la capacidad de valorar las
consecuencias de nuestros actos y comentarios. La persona que consigue
comportarse con prudencia realiza un análisis del impacto que puede tener lo
que diga o lo que haga. Por el contrario, la persona imprudente no mide, no
evalúa, no tiene en cuenta las consecuencias de lo que comparte. Y esto hoy en
día, con la exposición a la que estamos sometidos, es un peligro. Puede
arruinar una idea profesional, dejarte en ridículo, perder un trabajo, perder
amigos”
“La emoción de la
ansiedad es una respuesta que todos llevamos en nuestro código genético. Todos,
absolutamente todos, desencadenamos esta respuesta de lucha, huida o
paralización ante lo que consideramos una amenaza. Existe una parte de la
población que tiene una mayor vulnerabilidad a sufrir ansiedad, pero todos
podemos aprender a gestionarla. Una de las claves para tener la ansiedad a raya
está en aquello a lo que otorgamos poder de amenaza.
Nuestro cuerpo
diseñó la respuesta de ansiedad para ponernos a salvo de peligros reales,
peligros que amenazaban nuestra integridad y nuestra vida. Por ello, ante la
interpretación de un peligro, real o infundado, nuestro cuerpo se agita de una
forma tremendamente incómoda, altera el pulso, acelera el corazón, libera
adrenalina, nos da vigorosidad, ganas de correr, palidecemos, nos entran ganas
de hacer pipí, sentimos que nos falta el aire o se nos cierra el estómago. La
reacción está justificada en el caso de tener que poner a salvo nuestra vida.
Pero la reacción no está justificada cuando la amenaza es perder a la pareja,
fantasear con la idea de que nuestros hijos tendrán un accidente en el autobús
escolar, la idea de poder enfermar en un futuro y tener un cáncer galopante, de
perder el trabajo o no encontrarlo. Hemos terminando mal utilizando un recurso
que nos ponía a salvo. Ahora lo desencadenamos ante situaciones incómodas, que
generan incertidumbre, pero que requieren otro tipo de soluciones, no la de alterarse”
“Dícese de la
persona virtuosa aquella “que practica la virtud y obra según ella”. Las
personas con virtudes son personas de valores. La palabra virtud está vinculada
a la bondad y con la disposición a hacer el bien. Si desligamos el
concepto del aspecto religioso, virtud está relacionada con el término de
fuerza y de valor, con la capacidad para hacer algo. La virtud puede ser un
aspecto intelectual, más relacionado con la inteligencia y las habilidades, o
moral, más relacionado con el bien y el mal.
Virtudes hay
cientos de ellas. Pero, ¿cuáles son aquellas que nos facilitan una vida plena?
Entendiendo por vida plena esa vida que uno elige, disfruta y con la que tiene
la sensación de que está teniendo una vida que merece la pena vivirse”
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