Indagando en los confines de la memoria recogemos
algunos indicios que nos permiten de alguna forma reconstruir lo que podríamos
llamar “el estado original” de nuestro pensamiento.
En esa tan remota época en la cual aún no habíamos
sido “contaminados” por los sucesos posteriores y aún manteníamos “el estado de
inocencia” donde todo lo que percibíamos solía estar en concordancia con los
dictados del “pensamiento inducido” un estado muy similar al que solían
frecuentar nuestros primeros padres en los floridos jardines del Edén donde se
paseaban tomados de las manos, totalmente desnudos, en medio de robustos leones
que pastaban cándidamente junto a los corderos.
Está claro que nadie pretende salir por su propia
voluntad de tanta bonanza y de ser posible mantendríamos inmaculada esta
condición a menos que, como suele ocurrir en la placidez de los sueños, alguna
inesperada “pesadilla” nos despertara y como consecuencia de abrir un tanto
bruscamente nuestros ojos, de estos, caerían, como caen las escamas que
protegían nuestra visión, e invadidos por esa extraña luz que nos
deslumbraba, comenzamos a percibir “un nuevo mundo” del cual, una vez perdida
la inocencia original, la implacable espada de la realidad nos expulsara para
siempre del paraíso original.
Esta indagatoria que recogimos nos ha sumido en la
añoranza de aquellos tiempos en los cuales no se nos requería la toma de
decisiones, donde la concordancia y la armonía eran los “celosos custodios” de
nuestra absoluta seguridad, ahora todo es diferente, ahora nuestros ojos se han
abierto, ya no hay lugar para nosotros en el limbo del paraíso.
Ahora es el tiempo de transitar a la intemperie, de
experimentar en carne propia todas las inclemencias y ganar nuestro propio
sustento, superando limitaciones, con el sudor de nuestra frente.
Como se suele decir, la vida es ahora y nadie nos
dijo que nos sería fácil.
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