Filosofía
Aristóteles dijo en su día que el ser humano es un ser político en el
sentido de que, al vivir en sociedad es necesaria una determinada organización
para hacer posible la convivencia y es representada bajo la forma de Estado,
siendo para este caso, sinónimo de gobernar.
A partir de ello, se podría deducir que la política está intrínseca en
nuestra vida cotidiana. No obstante, sería oportuno ampliar el significado de
la política y se podría definir como las decisiones que se toman dentro de
los grupos sociales acerca de: si existirían jerarquías o no, si las leyes
emanarían de un soberano o se harían por consenso desde la base, si se
legitimaría la propiedad privada, la estatal o colectiva, si existirían o no
fronteras, si los órganos de participación en política serían asambleas
abiertas o por el voto… Todo ello responde a dar una respuesta a la necesidad
de hacer frente a diversos problemas como el reparto de alimentos y del
trabajo, la seguridad del grupo, la resolución de conflictos, etc.
Cierto es que la política, la economía y la sociedad están muy
relacionados, sabiendo que dependiendo de uno u otro sistema económico varían
las formas de gobierno así como el comportamiento de la mayoría de la sociedad. Sin
embargo, ¿estaría pues la política intrínseca en nuestras vidas
cotidianas? Analizando a los individuos, los componentes básicos de una
sociedad, nos damos cuenta de que éste no siempre está haciendo política, es
decir, no siempre está militando en algún colectivo, grupo, asociación o
sindicato, o debatiendo con otros y sacando propuestas, sino que hace otras
cosas como quedar con amigos, ver películas, en general todas aquellas
actividades de ocio para desconectar y pasar buenos ratos. Todas ellas ajenas a
todo lo que sean temas políticos.
Pese a ello, en ocasiones se llega a politizar incluso los actos de la
vida cotidiana en aspectos como las relaciones de amistad, familiares o incluso
sociales, o en la manera de hacer las cosas. Al mezclar la vida cotidiana con
la política muchas veces hace que los individuos se discriminen mutuamente solo
por el hecho de que no comparten la misma ideología, pensamientos u opiniones.
Incluso algunos llegan a darle demasiadas vueltas a un asunto que en verdad carece
de relevancia.
Quizá pueda parecer paradójico decir a la vez que la política influye
mucho en las pautas de comportamiento de la gente. Así por ejemplo, un fascista
es muy cerrado de mente mientras que un anarquista está abierto al intercambio
de opiniones (aunque desgraciadamente haya algunos que sí son dogmáticos y no
miro a nadie); un socialdemócrata solo piensa en términos medios mientras que
uno de derechas es soberbio y arrogante…
Resumiendo.
Existe una cierta contradicción entre que la política forma parte de
nuestras vidas pero a la vez que muchos aspectos no tienen nada que ver con
ella y siguen siendo importantes en la vida del individuo, como lo es el ocio,
el entretenimiento y las relaciones interpersonales. A modo de conclusión, creo
conveniente que se separe la militancia política de la vida personal, no en el
sentido de que se deba de cambiar de careta cuando nos tengamos que poner
serios para involucrarnos en acciones de carácter político sino en referencia a
que, dentro de las relaciones interpersonales, la compatibilidad entre
individuos se debe principalmente a la personalidad -además de que antes que
ideologías somos personas- y por tanto, no mezclar los momentos en que uno debe
desconectar para tomarse un descanso, relajarse, estar consigo mismo y tomar
fuerzas con momentos en que hay que debatir, organizarse, y pasar a la
acción.
Porque en caso de que se esté todo el día metido en el embrollo de estar
al tanto de la política, aplicar siempre los principios ideológicos y evitando
en todo lo posible las contradicciones, acabaría uno por quemarse y con ello
solo consigue tener la mente intranquila y el alma inquieta dando como
consecuencia la pérdida de uno mismo, al no poder gozar de tranquilidad para
reencontrarse con su «yo».
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