Dejar las cosas sin terminar va más allá de un simple descuido o de una ligereza sin importancia. Desde
el punto de vista psicológico, esto constituye un síntoma que no se debe pasar
por alto. Particularmente en los casos en los que no se trata de algo
ocasional, sino sistemático.
Al dejar las cosas sin terminar vamos acumulando angustia. Cada tarea o compromiso que se deja a medias es un
ciclo que queda abierto. Y en tanto queda abierto, sigue gravitando sobre tu
vida, aunque no te des cuenta de ello. Sientes el peso emocional del desorden,
aunque no lo percibas concretamente.
Experimentas también la angustia sorda que
se presenta súbitamente, con frecuencia. Te llenas de malestar, en una palabra.
“Nada cansa más que el recordatorio constante de la tarea
sin terminar”.
-William James-
En nuestras vidas hay grandes y pequeños objetivos, así como
grandes y pequeñas tareas. Lo que ocurre en quienes optan por dejar las
cosas sin terminar es una ruptura entre objetivos y tareas. Se tiene el
propósito de hacer algo, pero este no llega a convertirse en una acción
concreta para lograrlo.
Como vemos, dejar las cosas sin terminar da origen a
múltiples consecuencias negativas. Básicamente, introduce una sensación de
angustia que puede tornarse creciente e invasiva. También, por
supuesto, termina incidiendo en la autoestima y la autovaloración.
Dejar las cosas sin terminar es un problema que se debe
resolver en dos niveles. El primero de ellos tiene que ver con la ruptura del
hábito. Esto comienza siendo un acto más o menos inconsciente y termina
convirtiéndose en costumbre.
Lo que se debe hacer es llevar a cabo tres acciones básicas. Lo
primero es hacer una planificación realista, fijándonos objetivos que sean
verdaderamente alcanzables. Lo segundo es dividir las tareas en pasos y llevar
a cabo uno. Lo tercero es aprender a introducir pausas activas. Esto es,
momentos de descanso limitados para recuperar fuerzas y seguir adelante.
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