Nos pasamos la vida conociendo a gente, rodeados de normas sociales que nos dicen cómo comportarnos en función de las circunstancias y de la persona que tengamos en frente.
Nos pasamos la vida rodeados de “escenarios” en los que actuar como se supone que debe hacerse y al final lo que obtenemos es una “automatización” de respuestas en función de esos escenarios.
Si te paras a pensar en esto, tal y como vivimos hoy día, la realidad es que no necesitas profundizar en ti, de hecho para muchos es mejor si no lo haces, solo tienes que saber ajustarte a las normas sociales, a las tendencias, no pensar demasiado, ver mucha televisión y ya.
Con eso puedes pasar completamente desapercibido en el mundo actual, no necesitas sobresalir porque eso sería desentonar del resto y ser el “bicho raro” no es de agrado para nadie.
Espero que hayas captado mi ironía, pero lamentablemente este sentido que te he descrito es lo que le ocurre a muchas personas, incluso algunas viven “bien” así, pero esto no favorece a tu equilibrio emocional, al contrario, te anula como persona, te reprime.
Esa represión de tu verdadera esencia ocurre por el desconocimiento de la misma y está enmascarada tras síntomas que te hacen ver tu vida como espectador y no como actor. Síntomas tales como ansiedad, confusión, miedo a enfrentarte a los problemas o a nuevas situaciones, inseguridad, tristeza, apatía, desesperanza o incluso odio a ti mismo o a los demás.
En definitiva te hablo de esa sensación de que los días pasan sin sentido para ti, como si todo te fuese ajeno, de esa sensación de vacío que no sabes ni cómo ni con qué rellenar.
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