Corazón y cerebro podrían tener una relación más íntima que
aquella que, más o menos desde siempre, se les ha atribuido coloquial y
culturalmente. En efecto, desde este punto de vista, estamos habituados a
conceder una especie de antagonismo entre ambos, como si el cerebro fuera
asiento únicamente de nuestras cualidades racionales y el corazón de las
pasionales. Curiosamente esta dicotomía, que mucho tiene de platónica, persiste
incluso en nuestros días, a pesar de que sabemos bien que el corazón tiene pocas
tareas más allá de bombear sangre, todas ellas fisiológicas. Pero entonces,
podríamos preguntarnos, ¿por qué una tristeza muy fuerte o un episodio de
felicidad también lo experimentamos como una alteración en los latidos de ese
órgano?
La respuesta podría comenzar por una afirmación sencilla: a
fin de cuentas, nuestro cuerpo es uno, una orquesta sinfónica que opera
sincronizadamente para mantenernos con vida. Y aunque nuestros pensamientos,
nuestras ideas, emociones, miedos y alegrías a veces parezca que no los vemos,
parezca que sólo son mentales, en realidad no serían posibles sin el soporte
físico del cuerpo, sin las hormonas, los neurotransmisores, el estómago que se
contrae o las lágrimas que acuden
a paliar el sufrimiento.
Prueba de esta conexión estrecha es un estudio publicado
recientemente a propósito del efecto que el ritmo cardíaco podría tener en los
procesos de razonamiento del cerebro.
La investigación estuvo a cargo de Igor Grossmann, profesor
de psicología en la Universidad de Waterloo, quien en colaboración con otros
académicos de la Universidad Católica Australiana analizó el ritmo cardíaco de
un grupo de voluntarios en comparación con un grupo de control, esto al tiempo
que se evaluaban sus cualidades de razonamiento y su capacidad para elaborar
juicios, recordar y otras habilidades cognitivas afines.
De acuerdo con el
profesor Grossmann, esto no necesariamente indica que dichas personas
sean “más sabias”, sin embargo, sí parece ser una ventaja con respecto a
aquellas menor variación en sus pulsaciones.
Quizá ahora sólo queda responder por qué sucede esto y si
tal vez, como podría sugerirse desde una perspectiva más psicológica, si acaso
la diferencia estriba en que hay quienes pueden con mayor facilidad que otros
dar libre curso a sus pensamientos, emociones y aun procesos fisiológicos,
mientras que otros individuos los contienen, lo cual redunda en una mayor
fluidez de personalidad que se transmite y ocurre en la vida social.
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