domingo, 20 de agosto de 2017

Transformaciones


La vida cotidiana o la vida de cada día, es estudiada por las ciencias sociales en tanto producción y reproducción de sentidos y valoraciones acerca de lo experimentado. La naturalidad con la que ella se despliega la vuelve ajena a toda sospecha y amparada en su inofensivo transcurrir selecciona, combina, ordena el universo de sentidos posibles que le confieren a sus procedimientos y a su lógica el estatuto de normalidad.

Estilo de vida o forma de vida son expresiones que se designan, de una manera genérica, al estilo, forma o manera en que se entiende la vida; no tanto en el sentido de una particular cosmovisión o concepción del mundo -poco menos que una ideología, aunque sea esa a veces la intención del que aplica la expresión, cuando se extiende a la totalidad de la cultura y el arte, como en el de una identidad, una idiosincrasia o un carácter, particular o de grupo -nacional, regional, local, generacional, de clase, subcultural, etc. Expresado en todos o en cualquiera de los ámbitos del comportamiento (trabajo, ocio, sexo, alimentación, ropa, etc.)

Abordar lo que llamamos vida cotidiana, implica vislumbrar los contornos de la subjetividad de cada época. En los últimos años se han producido importantes cambios en la subjetividad, y por lo tanto, en nuestra vida cotidiana.

Sin embargo, estas transformaciones no son iguales para todos. Si bien el capitalismo ha mundializado las formas en que modela las entrañas de nuestra existencia, también es necesario señalar las diferencias, dependiendo de la pertenencia de clase, generación y género, tanto como los lugares donde se desarrolla la propia vida.

Pensar desde América Latina la transformación de los saberes en la llamada “sociedad del conocimiento” debería implicar como requisito contextualizador elucidar lo que eso significa en sociedades que son al mismo tiempo “sociedades del desconocimiento”: el no reconocimiento de la pluralidad de saberes y otras competencias culturales que comparten tanto las mayorías populares como las minorías indígenas o regionales. Saberes y competencias que ni la sociedad ni la propia universidad están sabiendo valorar e incorporar a sus desactualizados mapas del “conocimiento”.

Lo que distingue a la sociedad en gestación no son, pues, las nuevas tareas a que se dedica sino el haber colocado en su centro, en cuanta fuerza productiva directa, a la cultura en su más profunda acepción: la capacidad de procesar símbolos, es decir de conocer y de innovar.

El lugar de la cultura en la sociedad cambia cuando la mediación tecnológica de la comunicación deja de ser meramente instrumental para espesarse, densificarse y convertirse en estructural.


Pues la tecnología remite hoy no a la novedad de unos aparatos sino a nuevos modos de percepción y de lenguaje, a nuevas sensibilidades y escrituras. Radicalizando la experiencia de desanclaje producida por la modernidad, la tecnología deslocaliza los saberes modificando tanto el estatuto cognitivo como institucional de las condiciones del saber, lo que está conduciendo a un fuerte emborronamiento de las fronteras entre razón e imaginación, saber e información, naturaleza y artificio, arte y ciencia, saber experto y experiencia profana.

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