Es probable que algunos de ustedes jamás hayan escuchado la
palabra “tapujos”. Yo ya la he escuchado, pero muy poco la he usado. Es una
palabra correcta y su significado es valioso. Esta palabra significa decir las
cosas sin rodeo, disimulo, reserva, fingimiento y enredo. Ser cristianos
auténticos, es ser cristianos sin tapujos. Lo que deseo decir es que la vida
cristiana deberá estar caracterizada por la autenticidad lo cual se demuestra
por la sinceridad, honestidad, veracidad e integridad con que se dicen y se
hacen las cosas.
El significado de una vida sin tapujos puede interpretarse
en dos sentidos. Primero, unos creen que “sin tapujos” o auténticos es ser
honestos y sinceros al decir a las personas de una manera directa, pareja y
clara lo que ellos creen, piensan y sienten independientemente de esto afecte a
los demás. En otras palabras, estas personas no aceptan los errores y las cosas
mediocres de los demás, y no se detienen para llamarles la atención por el
error, descuido o irresponsabilidad. Cuando confrontan dicen las cosas sin
rodeo, disimulo, fingimiento o hipocresía.
Segundo, hay otro tipo de personas que son tolerantes y
prefieren que se cometan los mismos errores vez tras vez antes que enfrontar o
llamar la atención a otra persona por no meterse en problemas. Este es el otro
sentido que se le da a la vida sin tapujos, que nadie tiene derecho o autoridad
moral para meterse en la vida de los demás, y que cada quien dará cuenta
delante de Dios
.
La decisión de la norteamericana Brittany Maynard para
evitar dolores y penas, a ella y sus seres queridos, ha revivido una discusión
sobre la eutanasia que se remonta a las antiguas civilizaciones. En la griega
la condenaba Hipócrates y la autorizaba Platón. Séneca y Epitecto apoyaron su
aplicación en la romana y la Iglesia Católica y el Islamismo la han rechazado
siempre. Francisco Bacon puso en circulación la palabra eutanasia (eu = bueno y
thanatos = muerte) en su famosa “Utopía” del siglo XVII, donde establecía que
era costumbre generalizada. Y, milagro entre milagros, pese a su letal sentido,
tal palabra dio vida a su antónima: distanacia, equivalente al “encarnizamiento
terapéutico”.
El debate sobre este tema persiste enconado. Para los religiosos de casi todos los signos la vida humana pertenece a Dios y nadie puede disponer de ella. Los humanistas laicos por su parte, librepensadores, agnósticos o ateos, rechazan tal interpretación. Pero, aunque hay poco espacio de nadie entre esos puntos de vista, también podría considerarse que la vida es un regalo de Dios sin condicionamientos y limitaciones para el titular de la misma.
Difícil opinar en este asunto, porque los temas de la vida y
la muerte, siempre entrelazados, despiertan recelos. Y tomar partido exige
recorrer un camino empinado y detenerse ante algunos obstáculos para evitar
discusiones estériles. La verdad es esquiva cuando la pasión anda por medio y
todavía más cuando el merecido reconocimiento a las creencias religiosas
implica para muchos la obligación de compartirlas.
Trabajo cuesta aún reconocer que la tolerancia bien
entendida no es disculpar o perdonar a quien no piensa como nosotros, sino
aceptar el derecho de otros a discurrir u opinar diferente. Aún más: la opción
que tenemos todos de buscar la verdad conforme las diferentes creencias
religiosas o ninguna. Una regla de convivencia obligada para el civilizado
entendimiento
.
En todo caso, la decisión de Brittany Maynard y de quienes
por similares razones así procedan ya tiene marco legal en parte del mundo.
Mientras llega la restante nadie tiene la prerrogativa de censurarlos basados
en creencias que es derecho sagrado profesar pero no imponer a los demás.
Menos
todavía, reclamarle a la joven Brittany que, privada de esperanzas, prolongara
con penas y dolores, para ella y los suyos, una vida sin dignidad. O que
manejara, como a otros les parece bien, sin conocerlos o sufrirlos, la personal
medida de su valor o de sus miedos.
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