Teoría de la Mente: la capacidad de pensar que yo pienso que
tú piensas...
Cuando pensamos en todas aquellas facultades mentales que
son propias del ser humano y de ninguna otra especie, resulta muy fácil pensar
en el lenguaje,
la capacidad de aprender todo tipo de cosas o la posibilidad de resolver
problemas matemáticos complejos.
Se trata de características humanas fácilmente observables,
pero no son las únicas que disfrutamos en exclusiva. Existe otra, mucho más
discreta, gracias a la cual nuestras relaciones sociales son más ricas. Esta
capacidad ha sido llamada Teoría de la Mente.
¿Qué es la Teoría de la Mente?
Definida de manera general, la Teoría de la Mente es la
capacidad de tener consciencia de las diferencias que existen entre el punto de
vista de uno mismo y el de los demás.
Dicho de otra forma, esta facultad hace posible que tengamos
en cuenta los estados mentales de otros sujetos sin suponer que estas ideas o
pensamientos son como los de uno mismo. Una persona que ha desarrollado Teoría
de la Mente puede atribuir ideas, deseos y creencias al resto de agentes con
los que interactúa. Y todo esto de manera automática, casi inconsciente.
Una jerarquía de estados mentales
Con mucha frecuencia somos expuestos a situaciones en las
que tenemos que imaginar lo que está pensando alguna otra persona. A su vez,
esta persona puede suponer, a partir de la información que tiene acerca de
nosotros, lo que nosotros pensamos que está pensando, y todo esto puede ser
también inferido por nosotros y por la otra persona en un bucle teóricamente
infinito. Una jerarquía de estados mentales que se contienen los unos a los
otros: yo creo que tú crees que yo creo…
La Teoría de la Mente se sitúa en el segundo lugar en esta
jerarquía (yo creo que tú crees esto), y es la semilla de la que nace la
capacidad para ir progresando hacia el resto de categorías más complejas.
Los seres humanos somos, probablemente, la única especie en
la que sus integrantes pueden pensar en los demás como agentes intencionales,
es decir, seres con unos intereses propios. Esto significa que desde una edad
muy temprana, la gran mayoría de los humanos somos capaces de distinguir entre
una acción y el objetivo al que está orientado esa acción, aunque lo último no
se haya revelado claramente. Además, a los pocos meses de vida
todas las personas aprenden a tener en cuenta hacia dónde están centrando su
atención los demás, y por lo tanto pueden reclamar esa atención
para uno mismo o hacia algo que se encuentra cerca.
Estos cambios en el desarrollo
cognitivo de los bebés empiezan hacia el final del primer año
de edad y forman parte de lo que se conoce como la revolución de los nueve
meses, de la que emanan habilidades que se van construyendo unas sobre otras y
potencian la creación de conductas sociales complejas, como el juego simulado,
que requiere entender que el otro está actuando al usar un plátano como si
fuese un teléfono, o la imitación, en la que el niño aprende de las acciones
del adulto y es capaz de figurarse el objetivo de cada uno de los movimientos
que está viendo.
La Teoría de la Mente aparece hacia los 4 años de
edad y se construye sobre los fundamentos de todas estas capacidades derivadas
de la revolución de los nueve meses, pero interviene en
procesos mentales más abstractos y refinados. Así, todas aquellas personas que
desarrollan Teoría de la Mente piensan en los demás no solo como agentes
intencionales, sino también como agentes mentales, con toda una serie de
estados psicológicos complejos que les son propios. Entre estos nuevos estados
mentales que se atribuye a los demás se encuentran, por ejemplo, los deseos y
las creencias.
El método clásico para averiguar si un niño o niña ha
desarrollado Teoría de la Mente es el test de la falsa creencia. Esta es
una prueba que sólo puede ser solucionada de manera correcta si se es capaz de
diferenciar los propios conocimientos sobre el entorno de lo que otra persona
cree acerca de este. Además, es un ejercicio que puede ser utilizado para
ayudar a detectar casos de Trastornos del Espectro Autista, ya que las personas que
manifiestan síntomas asociados al autismo tienden a mostrar una Teoría de la
Mente poco o nada desarrollada.
En un ejemplo de esta prueba, el psicólogo manipula dos
muñecos para formar una pequeña narración en la que todo ocurre ante la mirada
atenta del niño o niña puesta a prueba. En primer lugar, el primer muñeco
enseña un juguete y luego muestra cómo lo guarda en un baúl cercano. Luego, el
muñeco desaparece de la escena y aparece el segundo muñeco, que saca el juguete
del baúl y lo mete en, por ejemplo, una mochila apoyada en el suelo. En ese
momento, se le pregunta al niño o niña: "cuando el primer muñeco vuelva a
entrar en la habitación, ¿cuál es el primer lugar en el que buscará el
juguete?".
Normalmente, los niños y niñas de menos de cuatro años
fallarán al dar una respuesta, porque creerán que el primer muñeco tiene la
misma información que ellos e irá a buscar en primer lugar a la mochila. Sin
embargo, con cuatro años la mayoría ya dan una respuesta correcta, prueba
de que han hecho la transición hacia la Teoría de la Mente y de que han
abandonado una percepción de la realidad más bien egocentrista.
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