Nuestra identidad está construida a partir de las historias,
experiencias y valores que hemos ido incorporando desde nuestra niñez; es decir
formamos nuestra identidad en base a recuerdos y experiencias.
Nuestra mente va juntando eventos aislados y los agrupa como
escenas en una película, de esta manera empieza a darle una forma a nuestra
identidad.
Cuando construimos una historia sobre nuestra identidad,
solemos dar mayor énfasis a los recuerdos que van acorde a la historia que
estamos construyendo, dejando atrás muchos otros recuerdos.
Esto suele ser positivo pues nos permite saber cómo
normalmente reaccionamos y tener la sensación de que nos conocemos, sin embargo
nos juega en contra pues restringe nuestra capacidad de elegir cómo reaccionar.
En cada recuerdo que tenemos hay diversas historias que se
perdieron, lo importante es saber elegir qué recordar y que puntos dejar pasar,
qué historias vamos a remarcar y guardar para un futuro.
Detrás de una historia de abuso sexual hay una historia de
resistencia, detrás de una depresión hay una historia de emociones y
sentimientos, detrás de una historia de trauma hay una historia de
supervivencia y así sucesivamente con cada recuerdo.
Poder elegir las historias que nos contamos sobre nosotros
mismos nos abre posibilidades, pues nos permite elegir nuestras formas
preferidas de estar en este mundo y esa liberta no tiene precio.
Como dijo Proust:
“El descubrimiento no es ver otros mundos, sino cambiar los
ojos”.
Construir la esencia de nuestra identidad resulta cada vez
más complejo, al vivir en el mundo de la sobreinformación, donde los
estímulos y mensajes contradictorios son constantes.
Para no sobrecargarnos de información disponemos del mecanismo
de defensa de la introyección, que consiste en la incorporación automática
de aquello que recibimos del entorno, sin que haya ningún tipo de criterio personal.
La introyección es algo que en mayor o menor grado todos
estamos expuestos a experimentar, de hecho en cierta medida es necesario, como
ahora veremos; el problema recae cuando este mecanismo se apodera de nosotros.
En nuestro día a día para integrarnos en sociedad estamos
expuestos continuamente a acatar normas, leyes, comportamientos, ideas,
creencias y patrones de conducta. Desde que somos niños nos han ido inundando con toda clase de estos
elementos.
Ya en un entorno familiar hemos recibido mensajes de
todo tipo, que a día de hoy, resuenan en nuestras cabezas y cuando no acatamos
estos mensajes nos sentimos culpables.
Hemos integrado mensajes transformados en mandatos sin
digerirlos, sin haberlos asimilado, ni haberlos pasado por nuestro propio
criterio personal.
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