El objetivo último de la educación, como de toda actividad
humana éticamente válida, es la búsqueda de la realización del ser humano,
debido a que lo contrario implicaría un absurdo intrínseco.
Cada actividad
humana estructurada, como lo es una ciencia y su aplicación técnica, persigue
ese objetivo fundamental a partir de un instrumental propio, el que es
desarrollado en función del ángulo específico de aporte que se busca realizar
al objetivo global.
En concreto, las ciencias educativas tienen como objetivo
último la realización plena del ser humano, para lo que desarrollan el
instrumental pedagógico y didáctico como medio específico y propio. De este
modo, los objetivos con respecto al desarrollo de habilidades, transmisión y
generación de conocimientos, y otros que son específicos de las ciencias
educativas, son instrumentales al objetivo fundamental y, por tanto, válidos
únicamente en su correspondencia con aquél.
En este contexto, y desde que se asume el hecho de que la
educación no es el mero aprendizaje de contenidos intelectuales sino que
implica el desarrollo de toda la persona, entonces es claro que un objetivo
intrínseco al proceso educativo debe ser la conformación de una «persona ética»(1).
El ser humano es un todo, con diferentes dimensiones que necesita desarrollar
para alcanzar su realización. La dimensión ética de los pueblos y las personas
individuales es una de ellas, por lo que no puede haber desarrollo integral de
la persona sin un desarrollo serio de su dimensión ética.
Podemos definir la ética como "la praxis de
hacernos mutuamente personas en la historia"
(2). Entendemos aquí la
“praxis” como el aprender haciendo, el desarrollar las certezas a partir
fundamentalmente de la experiencia críticamente analizada, en un proceso
personal y social que abarca a cada individuo y a la humanidad entera en forma
simultánea e interactiva.
Es también un “hacernos mutuamente personas”, ya que no se
trata de mecanismos automáticos sino del ejercicio de la libertad de un ser
abierto e incompleto que necesita autodefinirse y autoconstruirse en
interacción, para poder realizarse en la vida. Desarrollo de ideales, escalas
de valor, pautas de validación de conductas, etc., son parte imprescindible de
este proceso.
Finalmente, esta praxis se desarrolla “en la historia”, es
decir, en un contexto concreto, en situaciones definidas, con condicionamientos
y posibilidades delimitadas, y sin las cuales no solamente no es posible
realizar juicios sobre el proceso, sino que ni siquiera es posible el que se dé
proceso como tal.
En este sentido es válido que un ser humano -desde su
dimensión ética- asuma como el objetivo fundamental de su vida la búsqueda
consciente y perseverante de la propia realización, en una interacción
verdaderamente humanizante con los demás.
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