¿Qué es lo que más nos separa a unas personas de otras?
No es tener un rostro diferente, o una altura diferente, o
una complexión más fuerte o menos atlética.
Esto es sólo una cuestión de proteínas.
Esto es sólo una cuestión de proteínas.
Tampoco es saber o no tocar el piano, jugar al tenis o pilotar
un avión.
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Tanto en lo más cotidiano, como en lo más excepcional.
Quizás esto sea también uno de los determinantes más
importantes para medir el “grado” de felicidad de cada uno de nosotros.
Nos sentimos más o menos felices ante todo lo que nos va
ocurriendo cada día dependiendo de cómo lo vivimos, de cómo lo
interpretamos, de cómo ponemos nuestra disposición mental al servicio de
los diferentes hechos o vivencias.
Este es el verdadero factor variable intrapersonal, que no
sólo cambia de persona en persona, sino también en una misma persona
dependiendo del momento en el que se encuentre.
Se trata de la visión momentánea que una persona tiene ante
el análisis retrospectivo de algo que le ha pasado ya, que le está
ocurriendo en ese momento o que le espera en el futuro.
Pero claro, como es sabido, está basada en la interpretación
que en ese momento se está haciendo
de la realidad que le acontece.
Por lo tanto, la buena noticia, es que puede modificarla
simplemente cambiando su propia interpretación de dicha vivencia.
Aún a riesgo de ser demasiado simplista, creo que lo que
realmente nos diferencia a las personas, se puede reducir a tres elementos
fundamentales, todos de origen interpretativo:
1.- Tener o no una
disposición mental esperanzada ante las dificultades que suceden.
2.- La decisión de
aprender de todo.
Tanto de lo que nos
produce gozo, de lo bueno, como de lo que nos genera malestar, nos
enturbia, o nos produce vértigo.
3.- La capacidad
personal para cambiar la perspectiva de las cosas, de los hechos, de las
vivencias, es decir, el darnos el permiso o no para cambiar de punto de
vista.
Destacamos entre
estos puntos, ya que está contenido en estos tres fundamentos anteriores, los
siguientes elementos:
a) El cómo sentimos
apego ante ciertas estructuras, cosas, personas, …
b) La rigidez con la que vivimos para cambiar o no antes los conceptos aprendidos y convertidos en prejuicios.
c) El desprecio a las ideas ajenas.
d) La intolerancia con lo diferente.
b) La rigidez con la que vivimos para cambiar o no antes los conceptos aprendidos y convertidos en prejuicios.
c) El desprecio a las ideas ajenas.
d) La intolerancia con lo diferente.
Opino, no sé sin o con razón, que nos sentimos más felices
cuando aprendemos a no querer tener siempre razón.
Y creo que eso nos
da la fuerza necesaria para tomarnos las cosas con mayor amplitud de miras.
Con más paciencia.
Con más interés. Aprendiendo de todo. Innovando. Estando dispuesto a cambiar.
Somos diferentes
por la forma como nos relacionarnos con el mundo que nos rodea.
Dicho más
cuánticamente por la capacidad de crear diferentes realidades.
Me atrevo a decir
que aprendamos a cuestionarnos la realidad que observamos para entender los otros
puntos de vista, a cambiar si es necesario nuestra interpretación de los
hechos, a no sufrir por la impaciencia, a sentir a los demás con ternura,
con amor, con compasión, a confiar, a relajarnos, a permitirnos sentir placer
en la escucha, a explorar, a revisar nuestros paradigmas, a pasar de lo
competitivo a lo solidario cooperativo.
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