Vivir en sociedad sin más, unos junto a otros, nos aporta
las ventajas del grupo, de la manada: mejor protección y seguridad, más
capacidad de adquirir alimentos y de asegurar la reproducción de la especie; en
síntesis: mayor capacidad de supervivencia. Pero para que haya verdaderos
factores culturales que provoquen un cambio profundo basado en el mejor
aprovechamiento de las capacidades y recursos del grupo, en lo individual y, a
la vez, en lo colectivo, es necesaria la “organización”:
una sociedad organizada, estructurada, donde hay un
sistema de valores que establece una jerarquía que va de la mano de un reparto
de funciones, lo cual permite establecer unos objetivos diferentes, pero
complementarios, a alcanzar por parte de cada grupo que compone la sociedad
organizada; surge así la especialización y el compartir, base del desarrollo y
progreso de la humanidad.
El lenguaje hablado es
el gran factor determinante de la existencia de la sociedad organizada. Porque
una cosa es el lenguaje de gestos, que nos sirve para cosas básicas y
materiales, y otra muy diferente el habla, que nos permite expresar ideas,
compartir experiencias y transmitir más conocimientos de una persona a otra y
de una generación a la siguiente.
Nada sabemos de cuándo comenzó la humanidad a hablar, a
utilizar la palabra como expresión de sus ideas, sueños e inquietudes, pero
cada vez las fechas se nos pierden más en el pasado. Tras los descubrimientos
antropológicos de Atapuerca, en Burgos, dirigidos por D. Juan Luis Arsuaga, se
han encontrado restos fósiles de homínidos de 300.000 años de antigüedad cuyo
oído es muy similar al nuestro, por lo cual el Sr. Arsuaga plantea la teoría de
que dichos restos, hallados todos juntos, fueron reunidos de forma ritual; y si
hay ideas religiosas con sus ritos, hay un lenguaje capaz de expresar conceptos
metafísicos, como la vida y la muerte y la idea de la inmortalidad.
El lenguaje, al identificar las cosas y reconocer sus
características, nos permite desarrollar tres aspectos fundamentales del ser
humano: 1) conocer y comunicarnos con los demás y con el mundo circundante; 2)
acercarnos a lo transcendente, al sentido íntimo y oculto de la vida, ya le
llamemos Dios, Espíritu, Mente Universal, Fuerza, etc.; y 3) conocernos a
nosotros mismos, identificando lo que nos sucede e incorporando la experiencia
que extraemos de nuestra relación con los demás, con la naturaleza y lo
sagrado.
Dios, Universo-Naturaleza y Hombre han sido y serán siempre
los elementos sobre los que trabaja la filosofía atemporal o metafísica. Y lo
hace a través del lenguaje adecuado, aquel que nos posibilita encontrar las
palabras que nos permitan “crear lazos sólidos” que nos unan a nuestro ser
interior y al ser interior de la personas y de la Naturaleza, visible e
invisible.
Ese “lazo” es el amor; quizás por ello, ya nos decían nuestras
abuelas que “la lengua es un caudal sabiéndola manejar”.
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