La visión romántica sobre nuestros propios atributos,
conocimientos, cualidades, imperfecciones, rara vez suele coincidir con la que
los demás tienen de nosotros.
El ego, la autocompasión, la falta de objetividad
sobre nuestras acciones,
distorsiona la realidad en determinados grados,
dependiendo de la autoestima de cada uno de nosotros. Por otro lado y
dependiendo del nivel de atracción química o empatía que tengamos hacia los
demás, nos condicionará también en cómo les veremos o sintamos. Ni los unos ni
los otros (receptor y emisor), tendrá un acierto del 100%, siempre nos
dejaremos condicionar por lo que vemos, oímos, o pensamos, aunque esa información
no esté completa (nunca lo está), y por eso ni uno mismo sabe cómo es en
realidad, ni los demás aciertan en cómo es uno a la hora de definirnos o
juzgarnos.
Hablamos alegremente en voz alta, de los fallos de quien
creemos conocer, de sus capacidades, de sus taras, de sus logros, y lo hacemos
sin pensar que esas palabras están condicionando a que quien las escuche,
tienda a prejuzgar sin conocimiento de causa.
Encasillamos a las personas, por
cómo nosotros percibimos una parte de la información sobre ellas, o por cómo
nos caen, sin pensar en que nuestras frivolidad al encajarles en un prototipo,
puede causarles problemas, o malas interpretaciones.
Por eso casi siempre nos
equivocamos, y esos errores son los que van circulando de boca en boca de los
que nos rodean, haciendo que un rumor, una interpretación de la vida de
los demás, les condicione para siempre.
Prejuzgamos con tal alegría a los demás y a la vez estamos
tan seguros de lo perfectos que somos nosotros mismos, que no nos damos cuenta
de que la realidad es totalmente diferente. No solo eso sino que caemos en la
trampa de pensar que los demás nos ven tan perfectos como nosotros mismos nos
vemos, y cuando descubrimos que es todo lo contrario, nos extrañamos, y en
bastantes ocasiones nos sentimos ofendidos e incomprendidos.
Saber y entender que ni somos los mejores ni los demás son
los perdedores, es lo que más nos cuesta conseguir. Si conseguimos callar y pensar
antes de hablar sobre los atributos o defectos de los demás, estaremos en el
buen camino para aprender a respetar y conocer mejor a los que nos rodean.
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