El Derecho y La Justicia, La Ética y
la Moral:
Haremos de este relato un cuento corto, una simple reseña de acontecimientos lo suficientemente explícitos como para ayudarnos a entender un poco mejor, los cómo y los porqué, ocurren las cosas que ocurren, acciones que se desarrollan en nuestro entorno y que sin embargo, no obstante ser obvias, escapan al registro crítico de quienes las compartimos.
Una constatación flagrante de que la ética de los principios enunciados, se diluye en las acciones reales de la convivencia, moral es esencialmente, costumbre, la forma de hacer y entender lo correcto, como una respuesta práctica a la realidad posible.
Comenzaremos con Silvia, una mujer de
mediana edad, que un día decidió hacer lo que muchas de sus conocidas, incluida
su propia hermana, habían hecho, independizarse montando su propio negocio, de
manera que buscó un local acorde a sus necesidades locativas, se proveyó de
mercadería viajando con sus colegas a Buenos Aires , siguiendo una ruta segura,
con los pasajes de frontera asegurados a un precio razonable, y como
alternativa de aprovisionamiento viajaba cada dos semanas a Uruguayana,
frontera entre Brasil y Argentina o a Ciudad del Este en Paraguay.
De esta manera se constituyó en
empresaria de hecho, los trámites formales de inscripción quedarían para más
adelante, cuando las circunstancias se lo permitieran, cuando sus costos
operativos le dejasen un margen suficiente como para poder absorberlos.
Cuando las cosas mejoraron, buscó a alguien para
que la ayudase y así, de un plumazo, sintió que además de empresaria era una
patrona, tenía a alguien bajo su autoridad, alguien a quién tratar como había
sido tratada ella en el pasado, había llegado el momento de mandar a otra
persona, a quién la dependencia del salario obligaba a obedecer, a limpiar el
local si había que limpiar, a hacer los mandados, cualesquiera que fuesen, y
obligarla a estar a su orden todo el tiempo que entendiera necesario, ¿Cuántas
horas? Todas las posibles, y si a la empleada no le gustaba, que se fuese
nomás, no iba a faltar otra candidata que necesitara trabajar, así había sido
con ella y así actuaba, no encontraba en su proceder nada anormal o censurable,
otra vez, moral es fruto de la costumbre.
De esta forma, Silvia se vinculó con
Mabel, su empleada para todo servicio, ambas decían que eran amigas, no
obstante , cuando una se refería a la otra, en los círculos sociales que
frecuentaban, los epítetos utilizados, dejaban entrever el descontento a duras
penas contenido, es que hablar mal de un empleado y quejarse de lo que hace, es
considerado natural entre los patrones, como así mismo , decir que un patrón,
es un desconsiderado y explotador, es una reacción lógica de quienes
desarrollan tareas en relación de dependencia.
Ahora, pensar en agremiarse Silvia, a
la asociación que agrupa a los comerciantes, ni hablar, eso es también parte de
la marginalidad, al igual de Mabel, ella reclama sus derechos, pero no es capaz
de recurrir al sindicato que la defienda y represente.
Tanto los unos como los otros,
esgrimen sus razones, se quejan y reclaman del sistema, se sienten parte de la
sociedad, son parte de la economía informal, sus ingresos se integran al gran
caudal que mueve los mercados, son como pequeños diques de contención que
provocan la sangría constante de los recursos previstos por la política fiscal
de los gobiernos de turno, los atajos que han tomado les provee en lo mediato,
pero sin que lo hayan premeditado, sin que tengan la intención de provocarlo,
son parte de la gran hipoteca que les condiciona el futuro.
Es que historias de vida como las descriptas en este artículo, son aspectos de un mismo entramado social, una demostración de que informalidad y subdesarrollo, son hermanas gemelas, hijas de la improvisación del gobernante, que, dicta las normas con una mano, y las borra con el codo de la indiferencia a la realidad social que les circunda.
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