Cuando nos ubicamos en esta
especie de coordenada donde confluyen cual si fuesen meteoritos, retazos de
vida, episodios que han sido, que pudieron haber sucedido, que quizás nos
hubiesen reconciliado con quién decimos amar mientras le dejamos desvanecer,
-como quién contempla un espejismo- en medio de la bruma de nuestras
postergaciones, una más entre tantas otras, como pequeñas grandes perlas de un
collar que sólo el tiempo, el que se nos ha escurrido como arena entre los
dedos, sería el único capaz de colgarlo en el cuello de nuestro ego, sí aquel
mismo “yo” que todo lo succiona en su mezquina voracidad.
La vida que nos representa se
manifiesta “de la piel para adentro” y el camino de la verdadera
redención pasa indefectiblemente por la casa de nuestro prójimo no de un
prójimo cualquiera, impersonal, desconocido, nos referimos a aquel que no le
encontraremos en el camino de “las buenas intenciones” nos referimos a aquel
que ha nacido en el mismo vientre en el cual ha germinado tu humana
concepción. Ese es tu prójimo.
El anhelo es que podamos alcanzar
la convivencia en paz a través de la aplicación en nuestras vidas, sin
hipocresía y sin tapujos, de los valores que nos identifican como verdaderos
exponentes de un linaje esencialmente humano y al referirnos al término “humano”
implícitamente incluimos: “seres únicos, indivisibles, inteligentes, creados
para vivir en sociedad y en armonía con su entorno
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