Nos hemos encontrado con situaciones
que a primera vista nos parece que necesitan una toma de decisiones drásticas y
sobre todo urgentes, el común denominador de nuestras reacciones ante
situaciones un tanto conflictivas o que parecieran evadirse de nuestro control,
donde las posibles soluciones no nos parecen lo suficientemente claras, es la
búsqueda de remediar sus posibles efectos con decisiones tan inútiles como
ineficaces en el tiempo.
Hay ocasiones en las que se dice
aquello de a grandes males, grandes remedios, lo cual significa que los
problemas de gran envergadura requieren soluciones acordes (es decir,
soluciones drásticas o grandes soluciones). Pero a veces esas soluciones o
remedios al problema son peores que el problema en sí.
Por ejemplo: imaginemos que tenemos
una infección de garganta y el médico nos receta unos antibióticos, así que
empezamos a tomarlos y éstos nos crean un dolor en el estómago tremendo. En
este caso podríamos decir que es peor el remedio que la enfermedad (ya que
antes sólo nos dolía la garganta y gracias al remedio, no sólo nos sigue
doliendo la garganta, sino que además nos duele el estómago).
Otro ejemplo: resulta que inventan
los biocombustibles para respetar el medioambiente y para poder producirlos se
está desmantelando la selva amazónica brasileña en la que talan los árboles
para poder cultivar la soja necesaria para la generación de biocombustibles.
Este sería otro claro ejemplo de que es peor el remedio que la enfermedad.
Así que nada, la próxima vez que
tengamos un problema, pensemos bien en las consecuencias de adoptar una posible
solución, no vaya a ser que nos resulte peor el remedio que la enfermedad.
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