De
los grandes escritores que nos han legado su gran capacidad descriptiva en el
abordaje de algunos aspectos de nuestro comportamiento, ninguno se puede
comparar con las fábulas atribuidas a Esopo, quien, recurriendo al relato de
ciertos personajes del reino animal, nos ha entregado sus moralejas las cuales
permanecen latentes convertidas en relatos para cuentos infantiles.
La
fábula de la zorra y las uvas nos dice:
“La
vieja y taimada zorra estaba decepcionada. Durante todo el día había merodeado
tristemente por los densos bosques y subido y bajado a las colinas, pero. ..
¿de qué le había servido? No hallaba un solo bocado; ni siquiera un ratón de
campo. Cuando lo pensaba -y se estaba sintiendo tan vacía por dentro que casi
no podía pensar en otra cosa-, llegó a la conclusión de que nunca había tenido
más hambre en su vida. Además, sentía sed…, una sed terrible. Su garganta
estaba reseca.
En
ese estado de ánimo. dio la vuelta a un muro de piedra y se encontró con algo
que le pareció casi un milagro, allí, frente a ella, había un viñedo lleno de
racimos de frescas y deliciosas uvas, que sólo esperaban que las comiesen. Eran
grandes y jugosas e impregnaban el aire con su fragancia.
La
zorra no perdió el tiempo. Corrió, dio un salto y trató de asir la rama más
baja, con sus hambrientas mandíbulas… ¡pero no llegó a alcanzarla! Volvió a
saltar, esta vez a una altura algo mayor, y tampoco pudo atrapar con los
dientes una sola uva. Cuando fracasó por tercera vez, se sentó por un momento
y, con la reseca lengua colgándole, miró las docenas y docenas de ramas que
pendían fuera de su alcance.
El
espectáculo era insoportable para una zorra famélica, y saltó y volvió a
saltar, hasta que sintió mareos. Necesitó mucho tiempo, pero, por fin,
comprendió que las uvas estaban tan fuera de su alcance… como las estrellas del
cielo. Y no le quedó más recurso que batirse en retirada.
-¡Bah!
-murmuró para sí- ¿Quién necesita esas viejas uvas agusanadas? Están verdes…,
sí, eso es lo que pasa. ¡Verdes! Por nada del mundo las comería.
-¡Ja,
ja! -dijo el cuervo, que había estado observando la escena desde una rama
próxima- ¡Si te dieran un racimo, veríamos si en verdad las uvas te parecían
verdes!”
Esopo
nos hace una clara descripción de lo que suele ocurrir cuando el esfuerzo que
realizamos para alcanzar determinados objetivos en nuestra vida pareciera darse
de frente con una realidad extremadamente esquiva y distante contra la cual
claudicamos utilizando el recurso de la justificación: mejor abandono, no vale
la pena, es una pérdida de tiempo, etc. etc.
Cuando
desistimos del esfuerzo abandonamos el recurso del sacrificio para refugiarnos
en la nebulosa de la excusa y el conformismo de la mediocridad.
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