Recordemos que luego de iniciada nuestra existencia
personal, sea ella feliz o desgraciada, se haya desarrollado ella en un hogar
unido o mal estructurado, de una u otra forma nuestros mayores y/o nuestros
referentes nos han impuesto reglas y principios de índole variada, así como
diversos modelos familiares, sociales, culturales, y religiosos, y en muchos
casos, de manera consciente o inconsciente, ellos querían que nosotros fuéramos
los mejores, y/o que realizáramos lo que ellos mismos no habían podido realizar.
Así pues, ya sea que hayamos adherido o rechazado
estas presiones parentales y de nuestros referentes, de todas maneras es
necesario admitir que lo transmitido casi siempre deja una huella indeleble en
nuestros espíritus, de la que es difícil sustraerse.
En consecuencia, no creamos todo lo que creemos ser
en determinado momento.
Con frecuencia, creemos poseer cualidades que en
realidad tenemos poco desarrolladas, y por el contrario pensamos no poseer
destrezas para las que tenemos enorme potencial.
El quid de la cuestión es que muchas veces no nos
damos ni el tiempo ni los medios para pensar en las consecuencias de nuestros
actos, pues de una manera simplista, creemos que « actuamos bien » y
que « tomamos las decisiones correctas »… Frente a los acontecimientos,
en muchos casos actuamos impulsivamente buscando resultados, dando prioridad al
interrogante « ¿Qué hacer? », y dejando algo de lado los
interrogantes « ¿Cómo hacer? » y « ¿Para qué hacer? ».
Pensemos críticamente y con mucha honestidad,
denunciando las injusticias del sistema, ocupando lugares públicos, exhibiendo
carteles con atractivos eslóganes, firmando peticiones, y pidiendo a gritos (en
la calle o en reuniones internacionales) que es necesario « cambiar el
mundo », todo eso está irremediablemente orientado al fracaso, si esas
acciones no son acompañadas de nuestra parte, por una profunda toma de
consciencia de nuestra cuota parte de responsabilidad en la situación actual de
cosas, así como cambios concretos en nuestros respectivos comportamientos
cotidianos.
Oponerse (en los países pobres) a la explotación
manufacturera infantil y a condiciones de trabajo miserables de casi
esclavitud, puede ser una postura pública simpática a aplaudir, pero si
nosotros mismos continuamos aprovechando los precios bajos de los productos así
fabricados en China, Filipinas, etc, estamos marcando una conducta disonante o
a dos caras.
Y lo que acaba de expresarse es pura lógica y
sentido común. Nuestro mundo interior y nuestro mundo exterior están
íntimamente relacionados.
Y esta relación es tan sólida, que es ilusorio
intentar separar ambas cosas, de una forma o de otra, todo lo que pasa en
nuestro interior tiene repercusiones en nuestro exterior, y viceversa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario