No se deben multiplicar las
palabras para intentar aclarar lo que los hechos demuestran en nuestro entorno,
el cúmulo de evidencias que recogemos a diario nos despojan de la necesidad de
ahondar en el manejo de las consabidas argumentaciones, se dice que cuánto más
nos esforzamos en la elaboración de argumentos, utilizando todos los medios
posibles a nuestro alcance, lo único que logramos es enturbiar mucho más
aquello que se pretende aclarar.
El sentimiento de conocer y aprender del pasado ya
no es tan claro hoy, cada vez es mayor la cantidad de personas que lo
desestiman y viven anclados en el presente. Esta tendencia al presentismo
convive con el resurgimiento de feroces tradicionalismos.
A la vez estamos viviendo una colosal crisis de
identidad. Algunos la llaman crisis de la modernidad, otras crisis de la
civilización occidental, otros, crisis de valores, otros postmodernidad, otros
globalización.
Como se le llame, existe una conciencia generalizada de que los
fundamentos mismos de la tradición occidental y cristiana están siendo
removidos y que algo esencial de aquello que dejó definida nuestra identidad,
ha empezado a morir irremisiblemente. Y esta crisis alcanza a todo el mundo y a
todas las esferas de la vida aunque toma diferentes matices de acuerdo a cada
contexto”.
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