El principio de
integridad ha estado vinculado en algunos de los códigos éticos más
significativos y sus valores se encuentran integrados en otros principios
cuándo este no es nombrado explícitamente. La integridad como principio ético
está vinculada con la valoración de la honestidad, el respeto y la
transparencia en las interacciones profesionales.
Conceptualmente, la integridad se relaciona con la
consistencia entre los valores que se predican y los métodos, expectativas y
resultados realmente alcanzados con las intervenciones profesionales. Como
valor humano, la integridad es una elección personal y un compromiso de
consistencia con honrar la ética, los valores y los principios.
En ética, la integridad considera la veracidad y
transparencia de las acciones personales, por tanto, se opone a la falsedad o
el engaño. Cuando éste es requerido en la intervención o indagación, se deben
cumplir las condiciones previstas por la tradición en ética aplicada.
Puede hablarse, por ejemplo, de la integridad moral.
Esta se reconoce como una cualidad humana que le da a quien la posee la
autoridad para decidir y resolver por sí misma cuestiones vinculadas a su
propio accionar. La integridad moral está también aceptada como un concepto de
orden jurídico y todas las constituciones democráticas vigentes lo consagran
como un derecho fundamental.
En este caso con el citado concepto de integridad moral lo
que viene a establecerse, por tanto, es que una persona en cuestión sea
defensora a ultranza de sus derechos, pensamientos, ideas y creencias en base a
los cuales no sólo actúa de un modo u otro sino que también basa sus
comportamientos.
Por otra parte, la integridad personal permite nombrar a la totalidad de las
aptitudes que puede llegar a reunir un ser humano. Una persona íntegra se
destaca por no conformarse con una única actividad sino que recorre distintos
campos del saber.
George Washington afirmaba “espero tener siempre la firmeza
y la virtud suficiente para mantener lo que considero el más envidiable de
todos los títulos: el carácter del hombre honrado”. No le faltaba razón al
primer presidente de los EEUU al calificar la integridad como “el más
envidiable de los títulos” y es que una persona íntegra es, por definición, una
persona completa, con criterio, en la que sus palabras, decisiones, actitud y
acciones diarias reflejan a la perfección su ideario interno, sus valores.
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