En los negocios, como en la vida, a veces las cosas no salen
como estaban previstas. Uno piensa, crea, ejecuta, apuesta y el resultado puede
ser el esperado o no. En ese proceso por crear, desde un negocio hasta
relaciones personales, las personas depositan expectativas, sueños y muchas
veces ilusiones. Es probable que en ese proceso cada uno dé todo de sí, intente
entregar todo lo que esté a su alcance y puede que, incluso en ese escenario,
no sea suficiente.
Cuando nuestras acciones no dependen únicamente de nosotros,
sino también de otros, estos procesos tienden a ser tan complejos que a veces
solo la perspectiva y el tiempo permiten comprenderlos.
Cuando uno quería
realmente algo es importante saber que se jugó todo por conseguirlo, tal vez es
la única manera de apoyar la cabeza en la almohada con la tranquilidad
suficiente de saber que hizo el intento.
Tanto en la vida como en los negocios hay un sinfín de
variables que son imposibles de controlar y de manejar. Hay escenarios,
sentimientos y expectativas que no necesariamente se corresponden con los
nuestros.
Si se da esa coincidencia muchas veces se consigue el éxito, pero
muchas otras no, a pesar de que pensemos que todo estaba dado para que fuera de
una manera, y nos frustramos o desilusionamos.
En ese proceso negamos y
buscamos torcer la historia, nos aferramos a nuestros principios, pero, sobre
todo, a nuestra ilusión. El tiempo permite ver que a veces la ilusión era
producto de nuestro sentir, de nuestro percibir y en esos matices tal vez
habíamos obviado detalles que tiempo atrás podrían haber aclarado todo,
Cuando
es, es, pero cuando no es, no es. Luego del intento, a veces es difícil soltar,
dar vuelta la página, seguir adelante, pero una vez más el tiempo enseña que
todo pasa por algo y que si uno tiene la capacidad de aprender de cada hecho,
tal vez nada fue en vano.
Saber aceptar que no todo es como esperábamos nos permite
superar los malos momentos, pero, sobre todo, nos permite aprender de lo
vivido.
Soltar nos permite continuar, valorar lo que hicimos y si no se dio, al
menos lo intentamos. Aprender de lo vivido, no arrepentirse de haberlo
intentado y siempre ver lo bueno sobre lo malo permite mirar hacia adelante con
otro aliento. Porque nada asegura que en el futuro todo vaya a salir bien, pero
sí que uno va a tener la tranquilidad de que el miedo a que algo salga mal
jamás lo va a paralizar.
Todo pasa por algo, es cuestión de entender por qué
pasó y aprender para el futuro. De ese modo no existe el fracaso, todo es
aprendizaje.
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