Nuestros pensamientos: La calidad de nuestros
pensamientos más recurrentes va determinando en gran medida la concepción que
tengamos de nosotros mismos.
Una buena forma de empezar es enfocarnos en este
preciso instante e ir educando nuestra mente con apreciación y
agradecimiento. Al encontrar nuestro valor propio, daremos un nuevo
sentido a nuestro día a día y contaremos con un nivel de empoderamiento
personal que quizás nunca hayamos sentido antes.
Nuestras palabras: Aprender a comunicarnos es
comprender la importancia de mantener una sintonía entre lo que pasa en nuestro
interior y nuestra manera de expresarnos, ya sea en forma verbal o escrita.
Incluso nuestros silencios son una forma de comunicarnos.
Detenernos un momento
antes de comunicar, porque aquello que decimos repercute en nuestro entorno, y
comenzar por nosotros mismos antes de hablar o analizar a otras personas, nos
ayudan a ir volviendo gentilmente a nuestro centro y darnos cuenta que, antes
que todo, debemos partir por casa.
Nuestras acciones: Nuestras acciones, al igual que las
palabras, hablan por sí solas. Por ello, es recomendable hacer el ejercicio de
mirar hacia nuestro entorno y ver si son el reflejo de lo que pasa en nuestro
interior y si es lo que queremos para nosotros mismos. Acciones tan sencillas
como mantener en orden nuestro entorno físico, cuidar de nuestro cuerpo y ser
gentiles y responsables con los demás tal como quisiéramos que lo fueran con
nosotros mismos nos brindan un mayor grado de reciprocidad con el resto del
mundo como un todo unificado.
El valor de ser responsables es inconmensurable y permea
todos los aspectos de nuestra vida. Trasciende nuestra edad, nuestras creencias
y experiencias y es, por sobre todo, una decisión constante de amor y de
respeto hacia nosotros mismos.
Su integración en cada aspecto de nuestras vidas
es, sin lugar a dudas, sumamente necesario para llevar una vida más plena y con
mayor sentido de madurez personal.
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