Una buena
disposición del ánimo facilita la relación armónica y afectuosa con las
personas, al igual que padecer de una mala disposición del ánimo dificulta las
relaciones con los demás.
Y siendo ambas disposiciones del ánimo tan
excepcionalmente importantes para bien o para mal, ¿cuál es la razón de no
trabajar por la primera y por extinguir la segunda? Simplemente, porque no se
nos ha dicho cómo hacerlo.
Una buena
disposición del ánimo impacta en las funciones fisiológicas y mecánicas de
nuestro cuerpo: nos sentimos ligeros, nos levantamos y sentamos con facilidad,
sentimos gusto por el movimiento corporal, nuestros desplazamientos físicos
denotan energía.
En cambio, si nos encontramos en una mala disposición del
ánimo, nuestro cuerpo lo sentimos pesado, no hay ligereza ni soltura en
nuestros movimientos físicos, se nos impone una fuerte rigidez; sentimos
incomodidad con nuestras reacciones físicas.
Nuestra mala
disposición del ánimo se manifiesta en una languidez de nuestro espíritu.
"La pereza, que es una languidez del alma, constituye un manantial
inagotable del tedio", escribió Fenelón.
La mala disposición del ánimo
irremediablemente nos conduce al mal humor, la irritabilidad, y a una visión
pesimista de la vida y del mundo.
Sobre esto, Goethe escribió una reflexión
apropiada al caso: "Sucede con el mal humor lo que con la pereza. Hay una
especie de pereza a la cual propende nuestro cuerpo, lo que no impide que
trabajemos con ardor y encontremos un verdadero placer en la actividad si
conseguimos una vez hacernos superiores a esa propensión" (la propensión
al mal humor).
La buena
disposición de nuestro ánimo es hermana de la jovialidad, entendida como
alegría y una apacibilidad de nuestro ánimo. Estamos joviales cuando vemos que
nuestro mundo interior encaja con el mundo exterior, cuando no necesitamos de
nada extraordinario para sentir elevado nuestro corazón. Nuestra jovialidad es
como un imán que atrae hacia nosotros a muchas personas.
La mala disposición
de ánimo es hermana de la tristeza y hermano del pesimismo. De hecho, cuando
una persona padece ya de una crónica mala disposición de ánimo, al saludarla
con la mano o con un abrazo, sentimos que nuestra energía se vacía. Y en
cambio, cuando saludamos a una persona con una buena disposición de ánimo,
conservamos nuestra energía, o bien, la incrementamos.
Es absolutamente
cierto que un ánimo triste y abatido entorpece las funciones fisiológicas del
cuerpo, y es cierto también que la actividad física ligera modifica
increíblemente, para bien, el ánimo abatido de una persona.
La persona triste y
pesimista tiene estropeada la visión de sí misma y del mundo.
Por lo general,
se mete en su coraza y no quiere salir de ella. El mundo le parece difícil y
siente que no encaja en él. Todo lo ve negro, complicado, y no se siente capaz
de hacer lo que quiere. Se esconde en la resignación y renuncia a los placeres
de la vida, los que le parecen inalcanzables.
Uno de los rasgos dominantes de
estas personas consiste en que se sienten depositarias del dolor, como si
fueran las únicas que sufrieran en el mundo; por ello, no son solidarias con
nadie, pues nada tiene que compartir, y sí en cambio sienten que son los demás
quienes deben acudir en su ayuda.
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