Y a todas
luces se hace impostergable recuperar la noción de partido como movimiento de
organización de lucha para el rescate del país y no como simple administrador
de “posibles escuálidos” cargos públicos (alimentado con aquello de “los
espacios que se pueden perder”) o como simple maquinaria electoral.
Resulta
vital la noción de partido generador de sentido común, de proyecto nacional, de
articulador de espacios de intermediación con el Estado, sin las sospechosas
componendas tras bastidores, con diálogos sin más allá. Se presenta como apremiante
que cambien su concepción de partido y la relación con las organizaciones de la
sociedad.
Sin embargo,
no son los políticos los únicos responsables de cuánto pasa en el ámbito
político. Hannah Arent (¿Qué es la Política?) anotaba que ser libres comporta
asumir en cada uno de nosotros la posibilidad de cambio, y que la mejora de la
actividad pública tan sólo depende de nosotros, de lo que estamos dispuestos a
construir.
Abandonar el
espacio público por escepticismo, desaliento, apatía, resulta muy peligroso y
supondría la entrega definitiva de una herramienta que -aunque ya maltrecha- es
fundamental para la mejora de nuestra calidad. La búsqueda de una mejor
representatividad, de mecanismos de control ciudadano más eficientes y de una
mayor participación ciudadana resulta un pilar para la gobernabilidad de
nuestro sistema político.
Por ende,
contrario a cuantos enarbolan la bandera de la antipolítica, se requieren
partidos y movimientos políticos fuertes, asambleas y cuerpos colegiados
eficientes y una sociedad civil que exija, demande y actúe para lograr estos
objetivos.
Contra el
despotismo, la corrupción y el cinismo no valen sofismas ni pretextos. Cada vez
se nos hará más difícil resistir a la mentira y la coacción. Mientras más
demore la sociedad civil en regresar al entusiasmo por los partidos o al
reconocimiento de su imperiosa necesidad, más tiempo tardará la reconstrucción
de un sano tejido político.
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