Pero el soberbio no es un hombre hiperbólico, aunque finge
serlo, es más bien un ser que se ha consumido en la carencia, en la mendicidad,
su miseria consiste en ser menos que los demás, en tener menor poder sobre sí
mismo.
Hay varios ejemplos en la mitología que muestran las
consecuencias de la ubris (hybris). En la tradición hebrea
encontramos el mito de la Caída, éste relata como cierto dios prohíbe a
sus hijos primigenios, llamados Adán y Eva, comer del fruto de un árbol ubicado
en el centro del paraíso construido para ellos. Sin embargo, una serpiente,
cuya identidad es ambigua, insta a Eva a probar la fruta aciaga. Ella lo hace,
luego convida a Adán.
Aquel dios es omnipresente, y al saber que sus hijos le han
desobedecido los destierra del paraíso y los arroja a la mortalidad. Dos seres
con llameantes espadas guardan, mientras tanto, la entrada a la tierra del
origen. Tal desfallecimiento del espíritu es una emulación de una anterior
revuelta instada por el ángel lucifer, con ello notamos que los mitos judíos
son cíclicos en sus temas.
Otra mitología semejante es el de Prometeo, en la cultura
griega. Prometeo era hijo de Yapeto y de Climena, hija de Océano. Entre
sus hermanos se encontraban el gran Atlas, Meniteo y Epimeteo. Hesíodo
caracterizo a Prometeo como “sagaz y astuto”, luego cuenta: “…cuando los dioses
y los hombres mortales disputaban en Melona, Prometeo mostró un gran buey que
adrede había repartido, queriendo engañar al espíritu de Zeus”.
Prometeo había recubierto los huesos con la grasa del animal
para que así fueran, los restos, más apetecibles para Zeus y por consiguiente
la carne pudieran apropiársela los hombres, no obstante Zeus era muy sabio y
descubrió la treta, aun así siguió el juego de Prometeo sólo para poder dar un
justo castigo a la humanidad.
“Y desde aquel tiempo, acordándose siempre de ese fraude,
rehusó la fuerza del fuego inextinguible que brota del roce de los maderos de
encina a los míseros hombres mortales que habitan sobre la tierra.”
“Pero todavía le engaño el hijo excelente de Yapeto,
robándole una porción esplendida del fuego inextinguible, que oculto en una
caña hueca”
La nueva ofensa no hizo sino enfurecer más al gran Zeus que
le deparo un cruel castigo al insubordinado hijo de Yapeto:
“Y sujetó Zeus con cadenas sólidas al sagaz Prometeo, y le
ató con duras ligaduras alrededor de una columna. Y le envió un águila de majestuosas
alas que le comía su hígado inmortal. Y durante la noche renacía la parte que
le había comido durante todo el día el ave de alas desplegadas.” Tal es la
descripción que nos brinda Hesíodo.
Este castigo ejemplar fue acompañado con la liberación de las
calamidades que Pandora, accidentalmente, desato sobre los hombres. Por ahora
no importa si Prometo fue liberado por Heracles y recibió gloria
posteriormente, lo que interesa es que Prometeo desafió a los dioses y fue
castigado. Ícaro, Sísifo, Aracne y Medusa son otras figuras que acompañan a los
griegos en la imaginería concerniente a la soberbia.
La soberbia acaece ante la indigencia del ser, el sujeto se
eleva hasta cimas inalcanzables en un acto de equilibrio, como una forma de
compensación ante su falta de poder sobre su propio campo de acción.
Alguien me
dijo alguna vez, y aún resuena en mi memoria alto y fuerte, “no te presentes
tan grande, pues no eres tan pequeño”. Esa frase resume muchas vidas
desgraciadas.
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