Una vez más, asistimos a la puesta en
escena de un espectáculo mediático, cuyos principales actores son los viejos
conocidos de siempre, los imperios defienden sus ancestrales raíces, raíces,
que se han enquistado en nuestro colectivo imaginario, succionando en su avidez
todo vestigio de censura, a los arrebatos de violencia y xenofobia de
caprichosos dioses, los cuales han determinado desde el principio de los
tiempos, que la humanidad en su colectivo, es decir, la que denominamos
“plebe”, ha sido creada como mera “materia prima” para ser puesta al
servicio y disposición de aquellos que por “voluntad divina” han sido
designados con el pomposo título de “pueblo escogido” entre todas las
demás naciones del mundo.
La representación, como otras tantas
veces, se está realizando con la presencia de las máximas autoridades que
constituyen el “foro autorizado” de todas las naciones del mundo y con la
consecuente atención de un público ávido de respuestas que, por mucho que
se busquen y se exijan, difícilmente puedan romper la barrera antepuesta por
las naciones poderosas, cuya aparente misión no es otra que ser los garantes
del “orden universal” impuesto, aceptado, e implícito, por los dictadores ,
primero, y redactores después, del Antiguo y EL Nuevo Testamento.
El reconocimiento de los derechos del pueblo
palestino a vivir en la tierra que le han legado legítimamente sus ancestros
debería estar fuera de toda discusión, pero sucede que quienes nos han
transmitido la historia oficial han incorporado a nuestros principios
fundamentales sobre el derecho universal entre los humanos, la mano firme de la
Torah de Moisés, que establece que “por intervención divina” a través de un
pacto sagrado, la actual palestina le ha sido adjudicada a la descendencia de
Abraham, Isaac, y Jacob -Israel, por lo que las demás naciones no tienen
cabida y deberán ser expulsadas sin contemplación alguna.
Esta es una realidad que nadie asume, el Estado de
Israel, creado el 14 de mayo de 1948, poco después de finalizada la segunda
guerra mundial, lejos de ser un acto de reparación a la nación judía por los
terribles sucesos del nazismo y el holocausto de seis millones de víctimas
inocentes, traía además consigo la carga histórica de despojos y persecuciones
que han sido una constante a lo largo de los siglos, el regreso , más que un
retorno de los expulsados fue un llamado al recogimiento, un intento de
reconstrucción de los sucesos relatados por Moisés desde su salida del
cautiverio en Egipto.
No es posible que pretendamos incursionar por los
caminos del entendimiento entre todas las naciones del mundo cargando las
pesadas mochilas de la intolerancia a lo distinto, a la represión y destrucción
de “los dioses ajenos”.
En términos de derechos humanos, ya
no es posible apelar a los anacronismos, en pleno siglo veintiuno de la era
cristiana, aún en los estrados judiciales, de muchísimas naciones, se toma
juramento poniendo la palma de la mano del declarante sobre la biblia, sin
importar el grado de convicción y conocimiento que tal individuo pueda tener
sobre su contenido y significación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario