domingo, 9 de junio de 2019

La Tierra Compartida

Una vez más, asistimos a la puesta en escena de un espectáculo mediático, cuyos principales actores son los viejos conocidos de siempre, los imperios defienden sus ancestrales raíces, raíces, que se han enquistado en nuestro colectivo imaginario, succionando en su avidez todo vestigio de censura, a los arrebatos de violencia y xenofobia de caprichosos dioses, los cuales han determinado desde el principio de los tiempos, que la humanidad en su colectivo, es decir, la que denominamos “plebe”,  ha sido creada como mera “materia prima” para ser puesta al servicio y disposición de aquellos que por “voluntad divina” han sido designados con el pomposo título de “pueblo escogido”  entre todas las demás naciones del mundo.

La representación, como otras tantas veces, se está realizando con la presencia de las máximas autoridades que constituyen el “foro autorizado” de todas las naciones del mundo y con la consecuente atención de un público ávido de respuestas que,  por mucho que se busquen y se exijan, difícilmente puedan romper la barrera antepuesta por las naciones poderosas, cuya aparente misión no es otra que ser los garantes del “orden universal” impuesto, aceptado, e implícito, por los dictadores , primero, y redactores  después, del Antiguo y EL Nuevo Testamento.

El reconocimiento de los derechos del pueblo palestino a vivir en la tierra que le han legado legítimamente sus ancestros debería estar fuera de toda discusión, pero sucede que quienes nos han transmitido la historia oficial han incorporado a nuestros principios fundamentales sobre el derecho universal entre los humanos, la mano firme de la Torah de Moisés, que establece que “por intervención divina” a través de un pacto sagrado, la actual palestina le ha sido adjudicada a la descendencia de Abraham, Isaac, y  Jacob -Israel, por lo que las demás naciones no tienen cabida y deberán ser expulsadas  sin contemplación alguna.

Esta es una realidad que nadie asume, el Estado de Israel, creado el 14 de mayo de 1948, poco después de finalizada la segunda guerra mundial, lejos de ser un acto de reparación a la nación judía por los terribles sucesos del nazismo y el holocausto de seis millones de víctimas inocentes, traía además consigo la carga histórica de despojos y persecuciones que han sido una constante a lo largo de los siglos, el regreso , más que un retorno de los expulsados fue un llamado al recogimiento, un intento de reconstrucción de los sucesos relatados por Moisés desde su salida del cautiverio en Egipto.

No es posible que pretendamos incursionar por los caminos del entendimiento entre todas las naciones del mundo cargando las pesadas mochilas de la intolerancia a lo distinto, a la represión y destrucción de “los dioses ajenos”.

En términos de derechos humanos, ya no es posible apelar a los anacronismos, en pleno siglo veintiuno de la era cristiana, aún en los estrados judiciales, de muchísimas naciones, se toma juramento poniendo la palma de la mano del declarante sobre la biblia, sin importar el grado de convicción y conocimiento que tal individuo pueda tener sobre su contenido y significación.


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