lunes, 1 de enero de 2018

El Porqué De Los Por Que


LA FINANCIACIÓN DE LAS COMUNIDADES
¿Por qué los vascos sí y los catalanes no?
El concierto económico del que se beneficia Euskadi se asienta en unos derechos históricos reconocidos en la Constitución y el Estatuto
Bajo el árbol están los Fueros y, a su alrededor, marineros, agricultores y mineros rinden pleitesía con sus aperos de trabajo. Hace un día soleado en Gernika (Bizkaia) y la impresionante vidriera multicolor que cubre el techo de la Casa de Juntas hace brillar toda la estancia. La obra es un recuerdo de la autonomía histórica vizcaína que, como los demás territorios vascos, se ha articulado durante siglos mediante el régimen foral. Una herramienta que España ha aceptado como elemento de unión.
A pocos metros de la estancia se alza el roble histórico, símbolo de las libertades vascas. Junto a él se reunían los nobles de Bizkaia en las Juntas Generales, juraban los reyes de España su respeto a los fueros y promete ahora el lehendakari su cargo. En 1200, los territorios vascos fueron incorporados a la Corona de Castilla pero conservaron sus instituciones. Se acataba así la Lege Zaharra (ley vieja), reconociéndolos como zona exenta de impuestos y respetando su organización interna.
Este equilibrio, que permitía a Bizkaia, Gipuzkoa y Álava gestionar sus propios sistemas tributarios, se puso en entredicho en el siglo XIX, cuando el nuevo Estado liberal propugnó el centralismo y la igualdad de leyes. En 1876 y tras tres guerras carlistas, fueron derogados los fueros vascos, a los que sustituyó el concierto.
El concierto creó una relación de estabilidad con Euskadi, donde menos apoyo tuvo la Constitución
Hasta entonces, las tres diputaciones se habían encargado de la recaudación. Tras años de guerras, el Estado, falto de recursos, optó por una fórmula rápida para recuperar ingresos: en unas provincias en las que la Hacienda estatal tenía muy poca intervención, estableció que las administraciones vascas le entregasen una parte de los impuestos. “El objetivo del decreto no era la diferenciación sino la asimilación en el régimen general de España: el Concierto no es un invento vasco, es una imposición”, asegura Pedro Luis Uriarte, ex consejero de Economía y experto en la materia. Con la Guerra Civil, Franco suprimió en 1937 el Concierto en Bizkaia y Gipuzkoa como venganza por apoyar al gobierno republicano. Álava y Navarra lo mantuvieron.
Tras la Constitución del 78 y el Estatuto de Autonomía vasco, el concierto de 1981 modeló el sistema actual y estableció el cupo, el pago anual de Euskadi al Estado por competencias no transferidas como infraestructuras y Defensa. “El concierto –explica Uriarte, quien participó en las negociaciones– consiguió crear una relación de estabilidad con el territorio donde menos apoyo tuvo la Constitución, menos del 30%”.
La clase dirigente española, con distintas mayorías y partidos en el poder, siempre ha apoyado la norma. Desde 1981, 16 proyectos de ley relacionados con ella han pasado por las Cortes, no siendo nunca rechazados. “El concierto ha tenido un respaldo legal abrumador”, destaca Uriarte, quien recuerda: “El cupo no lo establece el País Vasco, se pacta con el Estado y lo ratifica el Congreso”.
Uriarte: “A las comunidades les da lo mismo lo que paguen Euskadi y Navarra porque no les afecta”
El cálculo del cupo, establecido por la ley Quinquenal, es complejo y ha dado lugar a múltiples choques políticos. “Euskadi –explica Uriarte– paga el 6,24% de las competencias no transferidas al País Vasco, pero a nivel estatal, y se cobra ese porcentaje de los impuestos estatales no concertados, de ingresos no tributarios como tasas y multas y del déficit público”. Según indica Pedro Luis Uriarte, la primera cifra, el cupo bruto, está en torno a 5.300 millones, mientras el Estado invierte mil menos en el País Vasco. Restando el Cupo bruto a lo que se cobra, sale el cupo, que después se actualiza año a año.
El acuerdo firmado esta semana por el que el Estado devolverá a Euskadi 1.400 millones como liquidación de los últimos años no es para Uriarte ningún regalo. “El Gobierno, sin recursos por la crisis, no estaba interpretando correctamente la ley: se ha comprometido a devolver lo indebidamente cobrado”. A su vez, se llevará a las Cortes la ley Quinquenal para el periodo 2017-2021, una norma en la que no había acuerdo entre administraciones desde 2007.
Partidos como UPyD y Ciudadanos han propuesto acabar con la norma fiscal, pero no han tenido respaldo. Pedro Luis Uriarte dice que las críticas “son injustas” y vienen de no aceptar dos modelos diferentes, el común y el foral, que tiene riesgos. “Si hay déficit de recaudación –explica–, el Estado se encarga de los presupuestos no cubiertos por las comunidades autónomas mediante préstamos, sin tener que financiarse a través de, por ejemplo, los mercados internacionales a tipos de interés más altos, lo que supone un gran ahorro”.
Las polémicas con respecto a la financiación autonómica han salpicado a veces al concierto, una herramienta que sin embargo España ha defendido y utilizado como instrumento de adhesión y estabilizador con Euskadi. Una relación financiera bilateral forjada durante casi 140 años.
“A las comunidades –dice Uriarte– les da lo mismo lo que paguen Euskadi y Navarra porque no les afecta, influye más o menos al déficit público estatal, pero no a la cantidad que el Estado da al resto de comunidades”.
¿Y los catalanes?
Yo he propuesto para Catalunya algo parecido (al concierto vasco) pero más moderno. (...) Ni en Sau ni en Madrid fueron aceptadas mis tesis”. Ramón Trias Fargas lamentaba en La Vanguardia en setiembre de 1979 su fracaso al tratar de reproducir en Catalunya un sistema de concierto similar al vasco en el Estatut catalán.
En efecto, CDC –Trias Fargas aún militaba en aquellas fechas en Esquerra Democrática de Catalunya que se integró en Convergencia– defendió en la ponencia que redactó el proyecto negociado con Madrid una versión revisada del concierto vasco para Catalunya pero fue rechazada por el resto de grupos que consideraban imposible que aquella propuesta fuese aceptada por el gobierno español.
Nunca sabremos si habría sido así. Lo que es objetivamente cierto es que los catalanes estaban absolutamente convencidos de que la propuesta de concierto económico propuesta en el Estatuto vasco, presentada y debatida en Madrid antes que la catalana, no prosperaría. Pero no fue así. Fue admitida en base a unos derechos históricos reconocidos en la propia Constitución, los antiguos fueros. Una posición jurídica y política de la que Catalunya no se podía beneficiar porque sus fueros –a diferencia de los vascos– desaparecieron de un plumazo en 1716 y nunca fueron recuperados.
Desde aquellas negociaciones, el mito del frustrado pacto fiscal catalán ha recorrido la historia del autonomismo casi desde el minuto cero, tan pronto la nueva administración catalana comprendió que la gestión de todos los impuestos que pagaban los catalanes era determinante para entenderse con un Estado que, tras el primer impulso, empezó a recular en
su propósito descentralizador.
En 1983, ERC –que en la negociación del Estatut no defendió con CDC el modelo del concierto– fue la primera en proponer la primera reforma del Estatut que incluiría la reivindicación de un modelo de financiación similar al vasco. El entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol rechazó esta propuesta impelido tal vez por las circunstancias del momento: la crisis industrial estaba causando estragos en la economía y la sociedad catalana –había municipios donde el 50% de la población activa carecía de empleo– y la posibilidad de establecer una hacienda catalana podía agravar la enfermedad más que curarla. Fue un cálculo cortoplacista que mucho más adelante CDC lamentaría.
Lo cierto es que a lo largo de la década siguiente Convergencia, el partido hegemónico en Catalunya, se centró en perfeccionar los beneficios del sistema autonómico al que se había acomodado. En 1993 lograría incrementar el volumen de los impuestos cedidos, parte del IVA y del IRPF y tres años más tarde volvería a aumentar la cuota del IRPF en el pacto del Majéstic a cambio de garantizar la estabilidad del gobierno de José Maria Aznar en minoría. El pacto del Majestic es, a efectos de estrategia, parecido al pacto que esta semana han cerrado los vascos con el Gobierno de Rajoy pero no está nada claro qué reportará más beneficios.
Lo cierto es que tres años más tarde, en 1999 –aún bajo presidencia de Jordi Pujol– y luego en el 2002 –en los albores de la constitución del tripartito catalán– el Parlament de Catalunya tuvo la oportunidad de plantear un cambio en el sistema de financiación y reclamar, aún a sabiendas de que Madrid no estaría por la labor, un sistema de financiación similar la vasco y en las dos ocasiones se concluyó que esa propuesta no era viable en el marco constitucional todavía vigente.
Algo similar ocurriría después con el nuevo Estatut del año 2006. La propuesta normativa del renovado texto marco catalán se mantiene en el régimen general que ya estableció el primer Estatut aunque abre la puerta a que la nueva Agència Tributària de Catalunya pueda acabar cobrando y gestionando la totalidad de los impuestos siempre que así se acuerde con el Estado. Es decir, el mecanismo siguió basándose en una cesión del gobierno central, no en la definición de una soberanía sobre los recursos fiscales que genera Catalunya. El Estatut quería cambiar el sistema desde dentro el propio sistema. Y no funcionó. La sentencia del Tribunal Constitucional del 2010 certificó el error de cálculo.
En el 2012, Artur Más, tras asumir la presidencia de una Generalitat en quiebra financiera, recuperó esta vez sí, la propuesta de una reorientación del sistema de financiación. De la multilateralidad regional a la bilateralidad vasca. Y eso mismo es lo que le fue a proponer al presidente del gobierno en una reunión celebrada el 20 de setiembre en la Moncloa en la que el presidente del gobierno le respondió con la Constitución en la mano: el pacto fiscal es inviable. La negativa fue acogida por Mas con una advertencia: “o aceptas el pacto a te atienes a las consecuencias”.

Rajoy optó por lo segundo. Y así acabó y empezó todo.

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