viernes, 5 de enero de 2018

Intermitencias De La Muerte


Muchas veces, cuando nos juntamos con amigos, solemos hablar sobre cuestiones banales con la misma seriedad y concentración con la que un cirujano utiliza el bisturí. Entonces nos preguntamos cosas como: ¿Qué pasaría si el hombre pudiera volar? ¿Y si hubiera vida en Marte? ¿Qué nació primero, el huevo  o la gallina? Luego nos levantamos, nos saludamos, y cada uno se va a dormir, sin considerar la posibilidad de escribir libros basándose en esas alocadas y trilladas preguntas.

A no ser que poseamos la capacidad narrativa, reflexiva e imaginativa de José Saramago, ese inolvidable Nobel que nos abandonó físicamente el año pasado y que en sus perfectas obras literarias suele desmenuzar temas contrarios a los acontecimientos cotidianos.

Es lo que ocurre con Las intermitencias de la muerte: la novela, ambientada en un país que no se menciona, desarrolla la historia de cómo a partir de la medianoche del uno de enero la muerte deja de matar.

La gran mayoría, entre los que se encontrarían esos amigos que se juntan a tomar cervezas y a pensar banalidades, festejarían ante un acontecimiento tan maravilloso. Es lo que hacen los habitantes de este libro. Aunque solo al comienzo…

Porque a las primeras reacciones de euforia ante “la huelga de la muerte” le siguen las inimaginables consecuencias de este inusual fenómeno; ya que si bien es verdad que la muerte dejó de matar, también es real que el tiempo continúa avanzando. El futuro se avizora entonces incontrolable, con una población en constante envejecimiento y crecimiento y una estructura incapaz de hacer frente a las consecuencias.

Es que ya lo decía alguien por ahí: todo extremo es malo, para bien o para mal. Y este “Las intermitencias de la muerte , que bien podría llamarse “Ensayo sobre la inmortalidad”, viene a confirmar esa afirmación.

A lo largo de quince capítulos, el escritor portugués nos regocija con el estilo particular de sus libros, ese que contiene ironía y reflexión constante como principales características. Los diálogos entre los personajes (incluidos dentro de la narración, evitando las tradicionales formas de escritura de diálogos) poseen una gran profundidad y dejan al descubierto la condición humana en todo su esplendor; altamente recomendable es la acalorada discusión entre el Primer Ministro y el Cardenal acerca de la ausencia de la muerte, que además de ser ácida, mordaz y divertida, nos presenta de forma clara y contundente la reconocida postura crítica del escritor acerca de la iglesia y la política.

Página tras página veremos (porque cuando uno lee los libros de Saramago no solo lee, sino que además ve) a la iglesia intentando evitar que su discurso sobre la resurrección quede obsoleto, a los encargados de los asilos y los hospitales desesperados ante el colapso de sus instalaciones, a los vendedores de seguros buscando qué asegurar, ahora que la vida no corre peligro de muerte, y a los políticos buscando explicar lo inexplicable, con sus gastadas técnicas dialécticas. 

Allí aparece la “imaginación” ante la crisis, con situaciones tragicómicas e inolvidables que dejan en clara evidencia los recursos (salvajes) de los diversos sectores para no perder el negocio; claro ejemplo es el fragmento en el que las empresas funerarias proponen al gobierno declarar obligatorio el entierro de los animales, especie que es ajena a esta “no muerte”.

Se crea, de este modo, un debate acerca de la pluralidad de la muerte: ¿Cuántos tipos hay? ¿Una para todo el mundo? ¿Varias? ¿O una muerte para los humanos, otra para los animales y otra Muerte (con mayúscula) que acabaría con todo lo que existe en la galaxia? Allí aparece Saramago, una vez más, con su amplio repertorio de conocimientos en búsqueda de respuestas satisfactorias.

Estructuralmente hablando, la novela se divide claramente en dos etapas; la primera, la ya mencionada descripción general de la ausencia de muerte, y la segunda, particular, con la aparición de un solitario violonchelista que le da un giro a la historia, agradable personaje que acapara la atención de la muerte debido a la imposibilidad de matarlo, ya que cuando le envía la carta violeta (desopilante recurso informativo que la muerte dispone emplear luego de tantos años de matar sin previo aviso) ésta siempre vuelve rechazada.

Y antes de que nos demos cuenta, así como quien no quiere la cosa, nos encontramos absolutamente rodeados por la pasión, ese sentimiento universal que aparece como un punto determinante de la historia, lo que sumado a los brillantes análisis, razonamientos y reflexiones de Saramago, nos hace pensar (y mucho) acerca de la delgada línea que separa lo finito de lo infinito y nos convence plenamente de que el amor es lo contrario de la muerte.

Les dejo a ustedes el placer de leer esta maravillosa novela de la que, para ser objetivo, marcaré un punto negativo: es demasiado corta y nos deja con ganas de más. Como la vida.


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