En ética y en política
todos los avances pueden perderse rápidamente, en un abrir y cerrar de ojos,
casi sin que nadie se aperciba de ello. Por lo tanto, estamos de acuerdo con
Mongardini en que “mientras que en ciencia y en tecnología el avance
acumulativo humano no sólo es posible sino que también real (es un hecho), en
ética y en política es, en buena medida, un mito”.
Tzvetan Todorov
En el epílogo Todorov identifica tres posibles amenazas que
parecen confirmarse a medida que nos adentramos en este nuevo siglo.
La primera es el populismo, el nacionalismo (nosotros
matizaríamos: nacionalismo excluyente), la política de la identidad excesiva,
que reacciona contra —todo aspecto de— la globalización, contra la Unión
Europea o contra el laicismo, crispándose sobre los valores identitarios o
religiosos.
La segunda es la
deriva moralizante, o la tentación del bien, donde la política imperial se
pretende un medio para imponer el bien en el mundo entero; identifica un eje
del mal, se autoproclaman los jefes de la misión y por fin el bien se impone
por doquier.
La tercera amenaza es
la deriva instrumental, que simplemente estriba en que los países democráticos
olvidan los fines para centrarse en los medios.
El mejor ejemplo de eso es la atención exclusiva a la
economía, al éxito, cuando la economía es sólo un medio para mejorar la vida de
las sociedades
.
Estos tres problemas que enumera Todorov componen la
perversión política que, sin duda, amenaza al siglo XXI, “ya que la
multiplicidad de los procesos sociales, su aceleración y la diferenciación de
los centros de poder social no permiten ni una visión unitaria ni la
posibilidad de definir una dirección política de gobierno”.
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