La dignidad del trabajo humano radica en que éste es
realizado por una persona, que está llamada a realizarse en él. Ya que además
de ser el medio legítimo de su manutención y la de su familia, debe ser el
medio de desarrollo integral de la persona.
No se llega al recto concepto del
trabajo si no se tiene un recto concepto del hombre. Las personas no son cosas
que se pueden simplemente utilizar y tirar.
Los
bienes del mundo pertenecen a toda la familia humana. Normalmente una persona
necesita trabajar en orden a tener una necesaria participación de los bienes.
De aquí que cada persona puede comprender el trabajo, su propio trabajo, como
una aportación al bien común.
El
trabajo es fuente de derechos y obligaciones. Los derechos deben ser respetados
y promovidos. Las obligaciones deben ser cumplidas con espíritu de
responsabilidad y autoexigencia. Trabajar responsablemente no es un castigo, es
la oportunidad de mejorar, de contribuir a la comunidad a la que pertenecemos y
de cumplir con nuestra vocación.
Los
pobres son, en muchos casos, el resultado de la violación de la dignidad del
trabajo humano, ya sea por la falta o por el abuso en las condiciones del
mismo. Las consecuencias económicas y sociales del desempleo son graves.
Las
repercusiones para la familia y la persona son incalculables. La tasa de
desempleo en el sector juvenil es tres veces mayor a la de los adultos y cada
vez más jóvenes se ocupan en la informalidad o se vinculan al crimen
organizado, situación que no puede dejarse de lado si pretendemos ser un país
más competitivo.
Más allá
de análisis económicos y técnicos debemos reconocer en cada persona y familia
que sufren por la falta de empleo digno a un prójimo que sufre una de las
calamidades más grandes: no poder llevar a casa lo necesario para vivir
dignamente.
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