miércoles, 2 de mayo de 2018

Sobrevivencia


La rutina diaria y las luchas que el ser humano lleva a cabo por sobrevivir en esta sociedad del siglo XXI constituyen sin duda el punto central de nuestra existencia, y a lo que dedicamos principalmente la mayor parte de nuestro tiempo y donde empleamos más energía personal.

del hombre moderno. Calibrar las mismas y poder disponer de tiempo, por un lado, para dedicarnos a otras cuestiones que nos importan, y emplear los recursos adecuados para cada cosa es una cuestión difícil de conseguir y en ello estriba una buena parte de la felicidad y satisfacción personal que deseamos, aspiramos o añoramos.

 La vorágine de la sociedad moderna, que todo lo envuelve con sus prisas y sus objetivos inmediatos, nos dificulta la reflexión oportuna y a veces nos impide sentarnos en el camino para dilucidar si nuestra vida discurre por los derroteros que íntimamente queremos de verdad.

 Por otro lado, la sociedad de consumo brutal en la que nos relacionamos, impone unas servidumbres y ataduras que pocos son capaces de detectar y evitar. El hombre se convierte así en un objeto de consumo, dejando de ser un ciudadano socialmente responsable y consecuente con sus principios.

Este sistema de egoísmo embrutecedor donde para obtener reconocimiento social es preciso “tener” en vez de “ser”, esclaviza al hombre a centrar su existencia en acaparar bienes y prebendas materiales que, lejos de otorgarle felicidad y paz interior, le convierte en un candidato a la infelicidad, proclive al desequilibrio emocional y racional cuando sus perspectivas no se alcanzan y degeneran en frustración personal.

 A veces, y en muchos casos, esta frustración deriva en enfermedades mentales que comienzan por estados depresivos, convirtiéndose en esquizofrenias y neurosis varias (ansiedad, estrés, etc.) de las que apenas nos percatamos hasta que ya están patológicamente instaladas en nuestro interior.

 La búsqueda de la felicidad en las cosas externas y no en la paz y el equilibrio interior está conformando una sociedad más egoísta y más enferma, con lo que ello comporta en cuanto a las actitudes de las propias personas, que no reparan en el daño que puedan infringir a otros con tal de alcanzar sus objetivos materiales inmediatos.

 “La felicidad es íntima, no exterior; y por lo tanto no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos”.
Henry Van Dyke


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