Las actuaciones esporádicas pueden ser interesantes,
irrupciones iluminadas por un fogonazo, el destello del arrebato o la magia del
instante.
Pero hemos de aprender a saborear la firmeza y la perseverancia de la constancia,
no siempre tan llamativas, como formas intensas de consistencia,
de persistencia,
de resistencia.
Importantes logros aguardan tras un trabajo cuidado y
minucioso, tras la coherencia de una labor de insistencia.
Ello exige no pocas veces paciencia.
Activa, pero paciencia.
Tarea compleja. No es de extrañar que un sordo cansancio
parezca habitar ciertas arduas, prolongadas y necesarias tareas. En ese caso
tenemos tendencia a la supuesta agitación de un ir y venir que bien puede ser en
algunos casos una muestra de debilidad. No nos referimos ahora a la pertinencia
de ciertas estrategias, dado que en ocasiones éstas no son lineales sino que
resultan muy mezcladas, muy combinadas, muy diversas. Y no pocas veces
compatibles.
Pero, en ocasiones, de lo que simple y llanamente carecemos es de
constancia. Somos inconstantes.
Y no sólo individualmente también colectiva y socialmente.
No está mal hacer planes, pero esa permanente tendencia a
planearse y programarse en cada momento, como forma de eludir la coherencia y la
intensidad de una adecuada
organización de
los asuntos, confirma asimismo que encontramos más atractivo vislumbrar
ocasionalmente que hacer con perseverancia. Y ahí nos quedamos.
La acción se diferencia de la actividad en que no es simplemente
una actuación incidental. La acción puede ser puntual, incluso ínfima,
concreta, bien concreta, pero requiere un cierto concepto, si no de totalidad,
sí al menos de integridad.
Quizá vivimos tiempos en que hay mucha
actividad y poca acción.
Creemos resolver nuestro desconcierto empezando una y otra
vez, como si en los inicios habitara una pureza aún no contaminada por las
acciones y por las decisiones. Ese supuesto nuevo comienzo nunca es
inocente y
no suele resultar tan deslumbrante e inaugural. La constancia es también una
forma de reconocimiento.
No se trata de empecinarse en los errores y en los fracasos, pero sí de
aprender de ellos, con ellos, por ejemplo, para no tratar de empezar cada vez.
La falta de constancia tiene tendencia, no sólo a repetir,
sino a reproducir,
a veces de otra forma no necesariamente mejor, lo que se reinicia.
Para generar
hay que saber recibir lo que se nos entrega. Considerar que crear es sólo el
gesto de ponerse a la obra olvidando todo lo logrado es ignorar que el
resultado es también en verdad creación. Y no sólo individual. Y que exige
dedicación, tesón. Y no poco conocimiento.
La dimensión, no siempre evitable, del hacer como espectáculo,
incluso del hacer más íntimo, oculta en ocasiones la falta de generosidad para
cuanto se viene haciendo, por otros o por uno mismo, la poca perspectiva para
cuanto habrá de venir y la entrega a lo
inmediato, sea lo que fuere, lo que lo convierte pronto,
demasiado pronto, en pasado.
Educar en la constancia es más que apelar al
necesario esfuerzo y trabajo, sin duda imprescindibles. Se requiere algún
horizonte y enfoque para la labor, para la tarea, con una determinada
orientación y finalidad y con una definida motivación. Para afrontar la
incapacidad para la coherente persistencia se requiere el cultivo personal y
social de la firmeza.
Ésta no es simple contundencia impuesta, sino el cuidado de la fortaleza y la entereza,
decisivas para confirmar, consolidar y validar posturas, para hacer valer las
buenas razones y defenderlas. Hemos de hacerlo a pesar de nuestras propias
incongruencias y contradicciones, que no han de paralizar nuestro afán y
nuestro tesón, sino que han de orientarse también hacia nosotros mismos.
No es cuestión de desistir. No hablamos ya sólo de la
constancia como un valor imprescindible en la acción, sino como aquello que
permanece como un don, como un legado fehaciente por la labor permanente y
coherente. Queda
constancia, deja constancia.
No cejar no
es limitarse a resistir en una actitud intransigente. En muchas ocasiones, más
que una posición adoptada o fijada, más que una manera resuelta de conducirse,
consiste en no archivarlo todo en el desván,
no de los despropósitos sino, lo que es peor, de los
propósitos.
Sin constancia no necesitamos de los otros para
impedir nuestra acción. Nos bastamos a nosotros mismos.
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